UNA NOCHE SIN LUNA | Crítica de teatro

Federico para todos

Juan Diego Botto, autor e intérprete, y Sergio Peris-Mencheta, director de 'Una noche sin luna'

Juan Diego Botto, autor e intérprete, y Sergio Peris-Mencheta, director de 'Una noche sin luna' / MarcosGpunto

Estábamos avisados. Las conversaciones en los corros de espectadores en la entrada del Teatro Central demostraban a las claras que íbamos a asistir a un acontecimiento teatral. El patio de butacas lleno, la expectación a flor de piel y nada más empezar un juego escénico de los que tanto le gustan al director Sergio Peris-Mencheta pero que no podemos revelar aquí (este ardid teatral da para muchas y sabrosas anécdotas) pone en guardia a todo un auditorio de que estamos ante una propuesta distinta. Nos recibe el propio Federico García Lorca con el cuerpo de un bellísimo Juan Diego Botto que nos irá embelesando a lo largo de noventa minutos en una inmersión en la esencia del poeta.

Mencheta y Botto ya trabajaron juntos en Un trozo invisible de este mundo. Ahora han logrado traer al 2021 a Federico. Desgraciadamente, y da pavor, todo lo que se dice en la obra suena como si se hubiera escrito ayer. Poemas, extractos de Comedia sin título, textos de conferencias, artículos y hasta críticas teatrales de los años treinta son traídos a nuestros días con tanta veracidad que uno nunca sabe qué ha escrito Lorca y que Botto.

Pero no estamos ante una obra filológica, estamos ante un maravilloso espectáculo teatral que cuenta con una dirección viva, apasionante, llena de aciertos, de movimiento, de sugerencias que reafirman a Sergio Peris Mencheta como uno de nuestros mejores directores.

La escenografía de Curt Allen Wilmer es el otro personaje, junto a Federico. Se trata de un espacio que no deja de transformarse a cada minuto y que va mostrando el verdadero subtexto de la obra: la memoria.

Porque Botto y Mencheta exigen con Una noche sin luna que no podemos abandonar a nuestros deudos en las cunetas, que un país que no tiene memoria no tiene futuro posible. Y en esto, la escenografía de Allen Wilmer, que va pasando por una feria popular donde agasajan a Lorca, por una tribuna desde la que inaugura una biblioteca o un lugar donde dos enamorados disfrutan de la salida del sol acaba convirtiéndose en el más precioso y monumental de los homenajes a las exhumaciones que jalonan la geografía española y que pretenden restituir la dignidad de nuestros muertos.

Juan Diego Botto es Federico García Lorca, suave, dicharachero, egocéntrico, encantador, acaparador, auténtico, defensor del teatro para el pueblo. Su interpretación es una fuente que no para de manar y de la que queremos beber. Acabamos con ganas de más, de que nos lleve a Nueva York, a Cuba, a que nos cuente más de sus amantes, a sus miedos como homosexual, a volver a llorar junto a él porque nunca debió de haber sido asesinado.

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