Crítica de Teatro

Fiel a uno mismo

hamlet

CNTC/Kamikaze producciones. Dirección y versión: Miguel del Arco. Diseño escenografía: Eduardo Moreno. Diseño iluminación: Juanjo Llorens. Diseño sonido: Sandra Vicente. Diseño vestuario: Ana López. Intérpretes: Israel Elejalde, Cristóbal Suárez, J.L. Martínez, Daniel Freire, Jorge Kent, Ana Wagener. Fecha: Viernes 1 de abril. Lugar: Teatro Central. Aforo: Lleno.

Ese aire de energética fiesta privada que tienen las obras de Del Arco y sus kamikazes le viene muy bien a Hamlet, pues se trata de acompañar a un mecanismo (el de las desgracias acumuladas) inmisericorde, un cronómetro devastador. Igualmente, este elenco tan compenetrado -mejor, en nuestra opinión, cuando se distiende cómicamente que cuando dramatiza- puede responder con grandeza a los abismos y gozos del teatro expandido y a la vez autárquico que aquí enseñó Shakespeare.

Del Arco recogió el guante de Helena Pimenta y le salió un Hamlet cerebral en lo escénico, sujeto a una sofisticada sencillez según la cual una cortina preñada de proyecciones puede tanto marcar el trueque entre espacios como absorber el interior torturado de los personajes. En este espacio mental, los cuerpos quedan como más desamparados, prestos, desde la coordenada abstracta, a dejarse llevar por los metafóricos altibajos -literalmente de lo más bajo de la condición humana a sus más febriles proyecciones y ensueños- que hacen de la vida y su reflejo un continuo tragicómico. Es en la articulación de ese impactante ir y venir entre el arriba y el abajo -y entre la risa y el pasmo- donde Del Arco decide dejar su impronta. Digamos que para bien y para mal.

Para bien, cuando, como en la escena de presentación, en plena coyunda, de los nuevos reyes de Dinamarca o en las exequias de Ofelia, logra traslucir el vodevil que se escabulle en todo trance serio o solemne, lo que le permite una verdadera experimentación teatral, espaciotemporal, que se alimenta de una fértil ambigüedad. Para mal, cuando exhibe con orgullo infantil, y no sólo en su epítome -la locura de Ofelia a ritmo de reggaetón- uno de los dos movimientos del corazón hamletiano, lo que condena el espectáculo a la arritmia. Desigualdad que tapa el impagable esfuerzo actoral (y el siempre apabullante verbo del bardo).

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