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Firmamento | Crítica de danza

Marcos Morau, el creador de mundos

El muñeco se convierte en un personaje más del 'Firmamento' de La Veronal.

El muñeco se convierte en un personaje más del 'Firmamento' de La Veronal. / May Zircus

En plena madurez creativa, a Marcos Morau lo llaman de todas partes. Hace cuatro años le propusieron, desde Oslo, hacer un espectáculo para la juventud. La pandemia se llevó el proyecto, pero su cabeza estaba ya navegando por los recuerdos de su propia adolescencia, de modo que se puso manos a la obra y el pasado verano estrenaba en el Festival Grec este impresionante espectáculo.

Firmamento lleva el sello inconfundible de La Veronal, pero en él Morau supera todos los límites y es capaz de volar hasta las estrellas, por encima del mismo dios, con su increíble capacidad para crear atmósferas, mundos indescriptibles que se generan en cada resquicio, en cada grieta de la realidad.

La grieta en este caso es la que separa la infancia del mundo adulto. Esa tierra de nadie por la que todos (y todas), pobres e indefensos, hemos transitado, perdiéndonos irremisiblemente.

Desde una especie de laboratorio, cuyos habitantes –los magníficos bailarines de la Veronal con su típico lenguaje dancístico- no paran de experimentar se irán abriendo poco a poco salidas a otros espacios, a otros universos, a otras artes. Con una complejidad aparentemente sencilla, el espacio se convierte en un cine donde se muestra un vídeo de animación, cercano al comic, realmente extraordinario y aparece un muñeco que nos lleva de golpe al mundo de la conciencia.

Con él, manipulado por todos, se irán multiplicando las perspectivas, las máscaras, la fantasía y la belleza de un espectáculo que llega a su cénit al final, cuando unos hermosos textos poéticos, cantados y proyectados, advierten de que para abrirse a nuevas perspectivas ya no basta con subirse a los árboles como en el libro de Calvino.

Ahora hay que tomar conciencia y elegir bien porque en este mundo dominado por lo digital y la inteligencia artificial, “no habrá tiempo para verlo todo, para escucharlo todo, para vivirlo todo…”.

Un mensaje y un final que nos emociona también porque, por encima de todo, la Veronal ama la belleza y la perfección y, en ese sentido, Firmamento es realmente impresionante. Los intérpretes, en su movimiento perpetuo, rayan la perfección y el espacio sonoro es sencillamente extraordinario de principio a fin al igual que las luces.

A la salida, más de medio centenar de adolescentes, llegados desde el Conservatorio de Danza de Málaga (fruto sin duda de la incursión de Morau en el mundo flamenco de la mano del Ballet Nacional de España), tenían en la boca un solo adjetivo: “flipante”.

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