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GUGURUMBÉ | CRÍTICA

Las partes por el todo musical

Rial, Alcano y Márquez.

Rial, Alcano y Márquez. / Juan Carlos Muñoz

Que en la conformación de lo que hoy llamamos flamenco (una construcción cultural mucho más reciente de lo que se piensa habitualmente) juegan una notable parte los ritmos y aires de origen africano arribados a la Península por vía caribeña en un viaje triangular, es cosa sabida y aceptada por la flamencología después de las aportaciones musicológicas e históricas de Navarro, Ortiz Nuevo, Núñez, Castro, Vergillos y la más reciente de Goldberg. Como arte mestizo por excelencia, el flamenco ha ido absorbiendo influencias de todo tipo en un proceso que sigue aún en marcha en la actualidad.

Alqhai lleva años indagando esas raíces que funden la herencia oriental, la tradición barroca y los sonidos negros, aspecto este último objeto del concierto que aquí nos ocupa. Otra cosa es que la genealogía entre lo africano y lo jondo quede clara en su propuesta musical. Alqhai ha sabido encontrar una fórmula de éxito asegurado por cuanto funde de manera muy resultona músicas y estilos de diversas procedencias, como el flamenco, la música antigua, lo folclórico, el jazz. Todo ello con un envoltorio muy bonito y lucido, pero que a menudo oculta un contenido musical cuanto menos dudoso en algunos aspectos. Los estilos se diluyen, pierden definición en sus perfiles y las músicas originales se desnaturalizan cuando pasan por la amplificación, la percusión, las improvisaciones ambientales. Así, fue complicado identificar las músicas de Flecha, de Murcia o, sobre todo, de Monsalvatge, desfigurada de su delicada y frágil versión original. En una permanente sinécdoque que toma la parte por el todo, girones de aquí y de allá acababan formando una jarapa sonora uniforme. Eso sí, con una realización material de lujo, desde la voz angelical, cristalina y poética de Nuria Rial hasta el dominio de estos cantes de ida y vuelta de Rocío Márquez. Sus fandangos fueron de la mejor ley, con amplísimo fiato y control de la emisión perfecto. Cabe señalar que se va acentuando con el tiempo su tendencia a relajar el sonido de las vocales finales de frase. Marca de la casa fue la guajira final ensamblada con la Tonada el Congo del Códice Trujillo del Perú del siglo XVIII, para mí el mejor momento del concierto y en el que más lograda estaba la explicitación de esos famosos sonidos negros.

A todo esto cabe añadirle las magníficas coreografías de Antonio Ruz, sensacionalmente llevadas a cabo por Iglesias y Alcano en una armónica fusión de estilos. Y, como siempre, brillantes prestaciones instrumentales de la Accademia del Piacere.

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