Poesía y arte

Ginés Liébana, el creador sin etiqueta

  • El último componente de Cántico, muerto el pasado 31 de diciembre, ha dejado un legado pictórico y literario que se caracteriza por su libertad y difícil calificación, en consonancia con su trayectoria vital

Ginés Liébana, junto a una de sus obras.

Ginés Liébana, junto a una de sus obras. / DS

Lo conocimos por sus ángeles, azulados y esponjosos, tal y como aparecían, en sepia, en el primer número de la revista Cántico, con los que acabaron siendo sus amigos -y compañeros de correrías e inquietudes-. Lo conocimos por sus poemas de entusiasmo y fiesta, tan complejos de pura sencillez -todavía sigue siendo harto difícil definir a un creador sin definición, o atrapado en su propia etiqueta-. Lo conocimos por su sonrisa infantil, a pesar de los kilómetros, las despedidas y las arrugas marcadas en el calendario. Ginés Liébana nació en 1921, en Torredonjimeno (Jaén), pero muy pronto se instaló en Córdoba. No tardó en conectar con un compañero de clase con el que coincidía en su afición por el cine, los poemas, la pintura y las malas notas. Un tal Pablo García Baena, con el que contempló el multitudinario funeral de Julio Romero de Torres y con el que compartió tardes de bombardeos -uno les pilló muy cerca del Hotel Simón, en la Avenida del Gran Capitán, centro de Córdoba, donde años después organizaron veladas poéticas, con Gerardo Diego, Dámaso Alonso o Vicente Aleixandre, entre otros muchos-. Ginés (o César, como le gustaba presentarse en su juventud) y Pablo fueron en realidad la simiente de Cántico, ya que años antes de que la mítica revista apareciera, ellos ya habían realizado su propia y particular publicación: Los cuadernillos de Josefina (en referencia a la hermana de Ginés/César). Los tres amigos -incluida Josefina Liébana- comparten lecturas en la mesa camilla: Santa Teresa de Jesús, Rubén Darío, Bécquer, Lorca, Gerardo Diego y, sobre todo, Juan Ramón Jiménez. Mientras Pablo escribe sus primeros poemas (La novia, Elegía en el Castañar o Rosas mojadas), los hermanos Liébana crean dibujos, decorados y maquetaciones, en lo que podríamos encuadrar como una luminosa y fértil hermandad poética y pictórica. También colaboran los amigos, Ginés con la escenografia, y Pablo con la selección de los textos, en una representación teatral inspirada en cuatro piezas del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, que estrenan en el Gran Teatro de Córdoba.

De Córdoba a Madrid

Años 40. Presentado por Pablo García Baena, otra vez Pablo, conoció a Ricardo Molina, Juan Bernier, Julio Aumente y Miguel del Moral, el otro artista plástico del Grupo Cántico, con los que recorrió las tabernas, plenamente integrado en La peña nómada; compartió sinfonías y flamenco en La academia de la gramola y, sobre todo, descubrió nuevos autores, como Gide o Cernuda, en El cuarto del infierno, que era como denominaban a la habitación “escondida” que les cedían en la Biblioteca Provincial de Córdoba, y en donde podían leer aquellos libros que no era fácil encontrar en los anaqueles, por aquel entonces. Publicado el primer número de Cántico, y sin contar con el reconocimiento o difusión que habían previsto (o soñado), especialmente por parte del incansable Ricardo Molina, Ginés Liébana fue el primero en escapar del cálido nido cordobés de Cántico, para primero viajar por el mundo, en la década de los 50, y posteriormente instalarse en Madrid, en los 60. Viajero incansable e inabordable, a Liébana le gustaba recuperar en las últimas décadas de su extensa vida su geografía seductora, amorosa y sentimental. Y así era fácil encontrarlo rodeado de jóvenes poetas a los que relataba sus sofisticados romances en la Venecia de los nobles y los mecenas, y sus tórridas aventuras en ese Brasil indómito que el artista conoció y recorrió, como en un sueño sin final -"De los amantes se espera/ que sepan mentir/ en los poblados del espíritu"-, con paradas en Lisboa, París o Roma, donde se entregó por completo a mantener, y cuando no aumentar, esa leyenda de bon vivant, incluso de Casanova, que él mismo se había encargado de forjar e interpretar.

En los años sesenta se instala en Madrid, en gran medida “envenenado de amor”, como él mismo reconoce, donde retoma y profesionaliza, por encuadrarlo en un epígrafe laboral, su faceta pictórica. Pablo García Baena, le escribe al amigo ausente: “Te he buscado estos días en que mis versos quieren rodearte / como el fuego rodea los leños encendidos. / Te he buscado estos días en todo lo que amaba / cuando aún no eras / "Ginés Liébana. / Ibiza, 35 / Madrid". En su piso de la capital es fácil encontrar a Paco Umbral, Antonio Gala, Francisco Nieva o Lucía Bosé, con la que comparte el proyecto del Museo de los Ángeles.

Escritor en la madurez

Mientras que fue un pintor adelantado, desde muy niño se sintió atraído por las formas, los colores y pinceles, el narrador y poeta no llegó hasta su madurez, ya cumplidos los sesenta años. El propio Liébana no dudaba en proclamarse como un poeta que no sabía escribir poemas, porque lo suyo era “otra cosa”. Bulliciosa, fresca, en muchas ocasiones casi instantánea, sin medida, sin control, sin órdenes a las que acatar, características de una obra que se confunden y apropian con las de su propia vida. "Quiero pronunciar la palabra que entretiene,/ jugar con tu recuerdo/ para que no se canse;/ palpitar con tu elevado signo,/ alcanzar la cima /del monte / donde quiero invitarte". Ginés Liébana incorpora en sus textos el humor sin reglas de Ramón Gómez de la Serna, la lucidez surrealista de Francisco Nieva o la abstracción permanente de Carlos Edmundo de Ory para componer una obra sin etiquetas, en donde el “decir” o “contar” está muy por encima de la manera para llegar a hacerlo. Literatura sin límites, como él mismo, y sin envoltorio. Medalla de Oro de Bellas Artes, Hijo Adoptivo de Córdoba, Medalla de Andalucía… en sus dos últimas décadas con vida, los reconocimientos se han ido sumando en las baldas de Ginés Liebana, como también lo han hecho las publicaciones, porque su activismo y fertilidad creativa le han acompañado hasta el final de sus días. En 2021, coincidiendo con su centenario, Liébana publicó 100 páginas para 100 años, en la editorial cordobesa Utopía, en donde escribe: “Aléjate de la neurosis, que la doctora Fantasía siempre juega con un duende perfecto”. Adiós a un creador sin reglas ni canon, que hizo de su propia vida su mejor creación.

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