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Parece nada | Crítica de Danza

Observar al observador

Un primerísimo plano del bailarín, coreógrafo y director de escena Guillermo Weickert.

Un primerísimo plano del bailarín, coreógrafo y director de escena Guillermo Weickert. / Luis Garpar

Como otros años, la Sala B del Teatro Central nos ofrece la oportunidad de ver los trabajos, casi siempre de pequeño formato, de los creadores andaluces. Esta temporada ha comenzado por uno de los más polifacéticos y volanderos: Guillermo Weickert, que en estos momentos, y entre muchos otros proyectos, forma parte de ese grupo de locos maravillosos que integran la compañía Baro d’evel.

Parece nada es un trabajo de investigación cuya primera versión se presentó en La Casa de la Moneda de Segovia el mes pasado y ahora se adapta para sala, donde el coreógrafo se encierra en un cubo delimitado por cuatro finas barras de luz verticales, con un practicable a modo de mesa y un televisor.

Weickert continúa con sus experimentos sobre el movimiento, esta vez centrado en los puntos ciegos, en lo que no vemos porque la sociedad nos ha acostumbrado a no mirar. Un hecho cada día más frecuente, aunque, paradójicamente, quizá sea en el teatro donde menos se da, ya que cuando hay un buen intérprete -y Guillermo lo es sin duda- este es capaz de “encarnarse” en lo que quiera y atraer sobre sí la mirada del espectador.

Tanto de sus palabras como desde la pantalla nos llega una sola consigna: observar sin dejarnos atrapar por las imágenes; observar lo que observamos y lo que no, o como dice el maestro Mooji, “observar al que observa”.

Entonces él se desnuda, se pone de espaldas, y con una luz bajo la cabeza, nos muestra su espalda. Vemos cómo mueve las escápulas, que casi tienen vida propia, su columna, sus nalgas. Todo su cuerpo es presa de un movimiento espasmódico que sigue el ritmo de la banda sonora y, cuando se gira hacia nosotros, seguimos observando: sus mamas, que tiemblan como gelatina, su pene girando velozmente en círculos…

La luz, a veces cegadora, obliga a cerrar los ojos más delicados -como los míos- y es imposible dejar de pensar mientras se observa. A mi mente acuden imágenes: estatuas, dibujos de Pérez Villalta… Su barba, su cabeza me hacen recordar uno de los maravillosos bronces de Riace, siglos bajo el mar sin que nadie los mirara. Guillermo no es tan alto, ni tan perfecto, pero todos los cuerpos son hermosos cuando se muestran como son y no como querrían ser. ¿se llama dignidad?

No hay que juzgar, pero es una escena espléndida, agotadora y como persona de teatro, que está en un teatro, no puedo dejar de preguntarme cómo va a salir de ahí, cómo va a ser su transición y hacia dónde nos va a llevar a continuación. Pronto lo sabemos. Su cuerpo continúa con un movimiento cada vez más espasmódico, golpeándose violentamente incluso, pero luego se viste y nos lleva a un terreno más conceptual en el que repite partituras físicas, nos muestra su gran habilidad con los movimientos disociados y busca nuestra complicidad para sus falsos fracasos…

Al final, nos llevará al color y a una imaginería más compleja con la ayuda de unas telas. Pero la consigna sigue siendo observar sin dejarnos atrapar por las imágenes, sin juzgar. Y nosotros, espectadores activos y dóciles, lo intentamos fervorosamente.

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