ORQUESTA BÉTICA DE CÁMARA | CRÍTICA

Clásicos, postclásicos, románticos

Jacobo Díaz, Michael Thomas y la Orquesta Bética de Cámara.

Jacobo Díaz, Michael Thomas y la Orquesta Bética de Cámara. / C.C.E.

A los casi cien años de su iniciativa, al final va a resultar que don Manuel de Falla tenía razón cuando estableció que la Orquesta Bética de Cámara presentase un orgánico de cuerda reducido: dos violines primeros, dos segundos, dos violas, dos violonchelos y un contrabajo, más los vientos a dos según las obras a interpretar. Las exigencias sobrevenidas por mor de la Covid-19 han llevado a la Bética a adoptar esa disposición instrumental en sus últimos conciertos para evitar excesivas cercanías entre los músicos en el reducido escenario de la Sala Turina, separando a los vientos de los demás mediantes mamparas transparentes.

Y el resultado no puede ser mejor: en estos dos conciertos últimos el sonido global de la agrupación ha mejorado, el ampaste es más definido, el equilibrio entre secciones está más logrado, cada frase instrumental se aprecia con mayor nitidez y relieve. Es la formación ideal, además, para la acústica de la sala, en la que un orgánico mayor corre el riesgo de saturar el sonido.

Claro que en todo ello tuvo muchísimo que ver la dirección de Thomas, que en la sinfonía de Haydn realizó un perfecto ejercicio de clarificación de texturas, de atención a la acentuación y de fraseo atento a cada detalle, siempre con un pulso vivo que nunca dejó caer la música, incluso en un Adagio llevado con tempo animado y con enérgicos contrastes en las sección central. Tras un majestuoso Minueto en el que Thomas supo acentuar la sensación de sorpresa de los silencios sembrados por Haydn,  abordó un Finale-Presto de enorme brillantez y en el que unas estupendas cuerdas se lucieron en rápidos, ágiles y difíciles pasajes.

Jacobo Díaz estuvo excepcional en el concierto de Strauss, perfecto en la técnica, amplísimo fiato y sentido apolíneo de la línea melódica. El sonido estuvo siempre perfectamente definido, redondo y brillante y el fraseo combinó la agilidad de los momentos más animados (pero sin perder nunca el sentido de la línea melódica) y el lirismo del cantabile en el movimiento central.

Thomas atacó la obertutra Egmont con tensión dramática y densidad en el sonido de las cuerdas, si bien éstas se desmandaron en algunos de los pasajes más agitados

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