Haz películas, escríbele a Béla Tarr

Tres estudiantes de la Facultad de Comunicación acaban de rodar su segundo largometraje, con música compuesta por Mihály Víg, estrecho colaborador del gran cineasta húngaro

Alonso Valbuena, Guillermo Cerrato y Carlos Rivero, fotografiados en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo.
Alonso Valbuena, Guillermo Cerrato y Carlos Rivero, fotografiados en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo.
Francisco Camero Sevilla

17 de febrero 2014 - 05:00

En el cine, dice Guillermo Cerrato, "parece como si hubiera un muro invisible, algo que te dice que el cine no es eso", que el cine no es lo que tú podrías hacer, tú que no tienes dos millones de euros o nadie que te los deje, sino que es otra cosa, "una montaña allí a lo lejos". Pero no. Lo parece pero no, porque ahora es "muy sencillo, y cada vez hay más herramientas, lo que lo hace más barato, así que es mucho más fácil hacer cine de lo que nos han dicho", insiste. "A mí hace poco -interviene Alonso Valbuena- me vino alguien y me dice: yo hago una película con 150.000 euros, y me lo dice como si fuera poco. Nosotros vivimos el cine como una pulsión. Primero se hace y después te preocupas de comer". "Lo hacemos por experiencia vital, si no, no vamos a ser felices. Que conseguimos pagarle un sueldo a quienes colaboren con nosotros, ganar nosotros mismos dinero con nuestro trabajo... mejor, obviamente no estamos cerrados a eso. Pero aunque nos pongan barreras vamos a seguir haciendo cine. Los que no se atreven a hacer cine es que han visto poco cine. Cuando revisas su historia ves a directores como Jonas Mekas, por ejemplo, y te das cuenta de que realmente se puede. Por eso hay que luchar contra ese otro discurso". Ahora ha hablado Carlos Rivero.

Los tres se conocieron en la Facultad de Comunicación de Sevilla, rama Audiovisual, cuyo último año cursan ahora -sin demasiada pasión: "Allí te enseñan que las cosas tienen un modo de hacerse, uno muy restrictivo, y si las haces de otro modo es que están mal"-, y juntos crearon hace más o menos un año Outercinema, que es a la vez una productora y una página donde escriben, con toda la pasión del mundo, críticas y textos diversos sobre su fiebre cinéfila. Hasta ahora han realizado un largometraje, Hamelin, presentado dentro del movimiento #Littlesecretfilm,yotra pieza, Ludic, rodada para la película por episodios #Sequence, además de entre otros proyectos un tierno y durísimo cortometraje -ambas cosas, sí- visto en el último Festival de Cine Europeo de Sevilla, titulado Liberia y dedicado a Howard Jackson, al que habrán podido ver en los semáforos de Marqués de Paradas/Plaza de Armas cantando e intentando vender pañuelos de papel con psicodélica indumentaria.

Salvo que uno esté familiarizado con el cine de Béla Tarr, el nombre de Mihály Víg sonará completamente desconocido, muy lejano, húngaro por lo menos. Rivero, Valbuena y Cerrato, los tres entre 24 y 27 años, adoran las películas del primero, exquisito director, figura clave del cine moderno, autor de Sátántangó, The man from London o The Turin Horse, un cineasta cuya obra, pese a seguir condenada a volar fuera del radar del cine que se estrena en las salas de este país, fue especialmente promocionada por el festival sevillano en 2005. Rodando hace poco su segunda película, Ouroboros, los tres -Rivero y Valbuena como codirectores, Cerrato como director de la segunda unidad- vieron claro que les "faltaba" una música en la onda de la que suena en las obras de Tarr, en las que, "con la de Mihály Víg, sus imágenes, de algún modo, trascienden". Probaron a buscar músicos capaces de recrear el estilo de Víg, que suele hacer canciones largas cuyas melodías, en variaciones y codas, se extienden por todo el metraje. Hasta que repararon, dice Rivero, en una cuestión sencilla, aún no sabían si fácil: "¿Por qué vamos a tratar de imitarlo, si podemos intentarlo con él?".

Buscaron el email del director húngaro en la web de la Film Factory de Sarajevo, donde da clases junto a Jim Jarmusch, Gus van Sant, Jonathan Rosenbaum o el sevillano Manuel Grosso -responsable, por cierto, del ciclo aquel de 2005 en su etapa al frente del certamen-; le escribieron, le contaron lo que pretendían, Tarr les pasó el contacto de su amigo y les deseó suerte, y la tuvieron porque Víg aceptó. "Por intentarlo que no quede. Eso hemos aprendido, que si no eres ambicioso no consigues lo que quieres", dice Valbuena.

Por su prestigio internacional, no en vano su presencia, dicen, es ya "un aval" ante los festivales a los que planean mandar la película (y no descartan ni Cannes ni el de Sevilla), Víg es la única persona que cobró. "Tampoco mucho, es un tío muy humilde", dicen. El presupuesto de Ouroboros ascendió a 6.000 euros, aportados en cantidades iguales por el Ayuntamiento de Hornachuelos, diversas empresas de esta población y de Fuente Palmera y familiares.

El rodaje de la película, rodada por cierto... en latín (con subtítulos), "la lengua en la que antes se hablaba con Dios", se hizo en la serranía de Ronda y en Hornachuelos. "Allí -explica Rivero, sobre la localidad cordobesa- hay un monasterio abandonado que ha sufrido varios incendios a lo largo de su historia, por lo que hay muchas leyendas y libros sobre el sitio. Nosotros utilizamos esas historias para crear una nuestra; sobre dos frailes que murieron en uno de esos incendios, en 1543, y que están perdidos en el Purgatorio buscando el Paraíso. A partir de ahí quisimos tratar un conflicto teológico, una reflexión sobre el dogmatismo y su fragilidad". "Los escenarios naturales ayudaron, le dan a la película un aire de soledad y abandono", apunta Cerrato sobre esta cinta sustentada en una cinefilia ardiente y para la que han sido importantes, apuntan, Bruno Dumont -por el "tratamiento del paisaje como fuerza primigenia"-, Werner Herzog, en concreto su Aguirre, la cólera de Dios, y Tarkovski, por el "sentido del tiempo"; aparte, claro, de Tarr, el maestro húngaro que, por lo visto, no deja un correo sin respuesta.

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