Carlos Wamba | IN MEMORIAM

Como un gorrión en un bestiario

Carlos Wamba, en una imagen facilitada por la editorial Metropolisiana.

Carlos Wamba, en una imagen facilitada por la editorial Metropolisiana.

A Carlos Wamba (Sevilla, 1960-2018) le gustaba sorprenderme con su último poema. Lo hacía siempre por teléfono, desechaba para esto la información que aporta una lectura cara a cara (temeroso de las distracciones, la interpretación de un gesto, las interrupciones). Buscaba, en mí, la reacción milimétrica del pulso y la respiración, del silencio pautado, de la escucha atenta. Fiaba en la genuina observación tras el último verso. En la inmediatez de la primera impresión. En el titubeo con que arranca un comentario. En la originalidad del pensamiento perentorio. Esperaba la puntería en la flecha, el pájaro cazado al vuelo.

Si, por lo que fuera, no me encontraba al teléfono, seguía intentándolo hasta dar conmigo. Podía haberlos dejado grabados en el contestador, pero nunca lo hizo, hasta el día cuatro de marzo de este año (apenas tres meses antes de morir) y no uno, sino dos poemas. No hablamos de ellos apenas, acaso de ciertas imágenes impactantes, como la del primer poema:

"Que esta vida no la poseemos/ que la habitamos/ la transitamos/ Como el tigre recorremos los límites de la jaula/ una y otra vez/ siempre a filo de precipicio/ siempre a pique de derrumbe…"

Este poema lo transcribí, urgente y desesperado, el mismo día de su muerte y ha circulado profusamente por internet. Con la escucha, obligatoriamente repetida verso a verso, para acompasarla con la escritura, tuve la sensación de estar pasando el trazo sobre su propia caligrafía, como se hace con un calco.

Escuchando con atención, pulso y respiración, hasta el último verso que no puede concedernos ya más que el reconocimiento espantado del dardo certero, que atraviesa el círculo oscuro y exacto de los vaticinios:"Las estrellas nos hicieron cálidamente/ nosotros somos estrellas/ ¿Cómo nos podemos negar?"

El otro poema contenía, como en un haiku, una sucesión de fotografías en despedida:

"…pero la nube se deshace/ el pájaro vuela/ el corazón se rinde."

Tan cercano a ese último poema de su libro Desierto y otros desiertos (todavía inédito), de un blanco refulgente hasta lo sombrío:

"En capas finas, como cae el recuerdo/ se va asentando el hielo, despacio/ cubriendo sin sentir, tapando/ velando como la sábana/ que cierra los ojos/ Como la luna que acoge/ como el amigo, que no se despide/ Como se cierra un libro". (Blanco sobre blanco)

Y, sin embargo, prefiero recordarlo ahora en los poemas del único libro que llegó a publicar, Bestiario Personal (Baile del Sol, 2011), donde demuestra un gran dominio de los ritmos y de los tiempos, consiguiendo transmitir esa difícil esencia de lo poético, con palabras e imágenes que una vez leídas parecen inamovibles y necesarias. De él prefiero Gorrión, que contiene mucho de su fino humor y algo de sí mismo:

Una burbuja entre ramitas,

plumas, polvo, sol y arena,

pardo.

Es el garbanzo negro

que escapa al plato.

El que más salta.

El más querido.

Es un patán, un golfo,

silba y salta de lado.

El más querido.

No puedo evitar verlo en estos saltos. En muchos de sus comentarios mordaces y exquisitos. En su portentosa imaginación. En sus salidas del plato. En las graciosas narraciones de alguna de sus aventuras descacharrantes, que solía coronar con un: "¿Qué pensarán de esto mis biógrafos?" Con el tiempo hizo que me familiarizara con estos imaginarios (y abnegados) biógrafos, y jugábamos a despistarlos. Migas de pan de oro arrojadas por el camino que no íbamos a recorrer, pistas falsas y mareantes. Un laberinto a escala, desde cuyo interior, busco ahora junto a él, el más querido, un amistoso paseo más que una urgente salida.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios