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ORQUESTA BÉTICA DE CÁMARA | CRÍTICA

Pasión y brillo para la Bética

Luis Orden, Michael Thomas y la Bética.

Luis Orden, Michael Thomas y la Bética. / Federico Mantecón

Michael Thomas sigue demostrando su buen gusto y su sabiduría a la hora de diseñar los programas de la Orquesta Bética de Cámara, lo que tiene aún más mérito habida cuenta de las dimensiones del conjunto orquestal. En esta ocasión la cuerda estaba algo más menguada que de costumbre (2-2-2-2-1), pero el director bético aquilató su batuta para equilibrar a la perfección el sonido global y conseguir uno de los empastes más logrados de los últimos conciertos.

En la brillante obertura de Las avispas de Vaughan Williams Thomas imprimió desde el primer compás una articulación muy marcada y un tempo muy movido, consiguiendo de la orquesta una respuesta exacta y flexible, con un sonido global rico en matices, con chispa y transparencia.

El concierto para flauta y orquesta de Jacques Ibert comparte con la obra anterior el espíritu festivo y chispeante, en una sabia combinación de melodismo y de exaltación rítmica. La obra resulta un reto para quien quiera adoptar el papel de solista. En este caso Luis Orden volvió a mostrar su dominio del instrumento y su gran musicalidad. No tuvo problemas con los complicadísimos pasajes de agilidad y los retos de respiración de los movimientos extremos, mientras que el central se asentó sobre un bello legato y un sonido muy cuidado.

En un brillante arreglo de Thomas que enriquece las texturas y los colores, la Noche transfigurada sonó plena de tensión y pasión gracias a una interpretación llena de fuerza y de sentido expresivo, con sabiduría en las dinámicas.

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