JAEDEN IZIK-DZURKO | CRÍTICA

Pasión y técnica en un piano

Jaeden Izik-Dzurko en la Real Maestranza.

Jaeden Izik-Dzurko en la Real Maestranza. / Federico Mantecón

Volvía, en su trigésimo tercera edición, el Festival de Primavera de Juventudes Musicales a su emplazamiento habitual en la Real Maestranza tras los duros tiempos de la pandemia. Un regreso avalado por un solista de sobresalientes dotes a la vista de su curriculum y de sus prestaciones en este recital. El joven pianista canadiense (veintitrés años) se alzó el año pasado con el primer premio, además de los de música de cámara y del público, del prestigioso Concurso Internacional de Piano de Santander "Paloma O'Shea", méritos más que suficientes para esperar un concierto de sumo interés.

Arrancó su exigente programa con dos momentos musicales de Schubert en los que hizo gala de una pulsación ligera y delicada, un rubato muy dosificado y muy vienés y un variado juego de dinámicas por debajo del mezzoforte, completando así unas versiones amables llenas de encanto. En el segundo, el más famoso de esta colección, se le vio con ganas de decir cosas nuevas en pequeños detalles de acentuación y en un fraseo cuidado, sin prisas.

Con las piezas de Scriabin Izik-Dzurko se empleó a fondo en el terreno de los colores, tan esenciales en este compositor. Con una y una depurada técnica de pedal y una digitación precisa hasta el extremo, se explayó sobre todo en el Prestissimo volando, en el que consiguió dotar de continuidad a una escritura de perfiles cambiantes y entrecortados, al mismo tiempo que se dejó llevar por la fuerza expresiva de la música. El ímpetu romántico hizo acto de presencia en el arranque del tercer Scherzo de Chopin, con una poderosa mano izquierda capaz de mantener la tensión con relieve, para luego recrearse en la melodía del episodio siguiente con delicadeza, dejando respirar las frases antes de arrojarse de forma fulgurante y espectacular en el final. La mano izquierda fue de nuevo de crucial intervención en el inicio de la primera sonata de Schumann, en la  que el pianista supo retener la tensión pero dándola a entender mientras que la mano derecha se recreaba en la frase lírica. No es fácil dar cumplida cuenta de las indicaciones de Schumann para el segundo tiempo: Senza pasione, ma espressivo. Pero Izik-Dzurko consiguió alcanzar ese punto intermedio de forma exacta, que no es poco. Pero lo más complejo desde el punto de vista técnico vendría con los dos movimientos siguientes, cuajados de ritmos cambiantes, figuras sincopadas, rápidas cadenas de de semicorcheas y de fusas con pedales intermediados, acordes repetidos con dinámicas variadas, etc. De todo ello dio brillante cuenta sin un sólo error y con una sobresaliente capacidad de transmisión pasional.

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