TIEMPO El último fin de semana de abril llega a Sevilla con lluvia

DERBI Horario y dónde ver el Betis-Sevilla

Jordi Savall | Crítica

Jordi Savall, el virtuoso intimista

Jordi Savall y Xavier Díaz-Latorre en el concierto inaugural del Femás 2022

Jordi Savall y Xavier Díaz-Latorre en el concierto inaugural del Femás 2022 / Aníbal González / Femás

Hay poco que se pueda añadir ya sobre la figura de Jordi Savall (Igualada, 1941), uno de los últimos supervivientes de una generación (la de los Harnoncourt, Leonhardt, Brüggen, Hogwood, Clemencic, por citar sólo a algunos de los fallecidos, el último de ellos hace justo una semana...) que impulsaron la música anterior al Clasicismo a un estatus que ha acabado por situarla en un plano de igualdad con esa gran tradición clásica.

Con su viola, Savall siempre ha sido un auténtico nigromante del arte musical, el hombre que pudiendo deslumbrarte con el virtuosismo más atlético al final se da la vuelta delante mismo de tus narices para emocionarte y hacerte llorar. En ese terreno casi no ha tenido rival nunca, y detrás de ello siempre ha estado, al margen sus condiciones y su maestría, una sabia elección del repertorio y de sus acompañantes. Todos esos elementos se aliaron en este recital que abría el Femás de 2022 y en el que el violista catalán ofreció, desde mi punto de vista, una de sus mejores actuaciones como solista de sus últimas visitas a Sevilla. No sé si las restricciones pandémicas o su autolimitación en viajes y conciertos le han permitido trabajar más en solitario con su instrumento, pero en el Espacio Turina ha estado francamente fino, con una mano izquierda extraordinariamente ágil, por más que aquí (en su en otro tiempo irrebatible Ortiz) o allá (las Folías de Martín y Coll) el arco no respondiera siempre con la precisión de antaño y la articulación se resintiera. Fueron en cualquier caso detalles ocasionales que no cambian en absoluto la impresión de un maestro en la posesión todavía de sus mejores medios y con una cabeza musical por completo intacta en el juego con el tempo, esa magia.

Empezó con un Ortiz que creció hasta el famoso passamezzo moderno, siguió con unas glosas muy delicadas sobre Greensleeves y llenas de efectos sobre los Canarios (con pianissimi en el registro más agudo de su viola soprano ciertamente deslumbrantes). Volvió a la viola baja para crecer en intensidad y robustez en el repertorio francés (Marais, también muy matizado en el color: las rústicas Muzettes) y de inmediato hacerse profundamente emotivo (Las lágrimas de Sainte-Colombe). Acabó por volcarse en el registro más popular (otra vez la viola soprano) con su acercamiento al Códice Trujillo.

Detrás tuvo siempre a un fiel escudero, un Xavier Díaz-Latorre que trazó con impecable elasticidad y sabio manejo de dinámicas todos esos ostinati que sostienen el edificio de glosas e improvisaciones, y además tocó en solitario tan maravillosamente las Jácaras y Canarios de Sanz como una sensualísima chacona de De Visée, cuya circularidad podría haber alargado mucho más sin que nadie lo hubiera lamentado. Antes de Sanz, el laudista barcelonés había ofrecido ya una breve canción popular ucraniana, y el dúo se despidió dedicando a las víctimas del atropello putiniano una bellísima melodía popular que circula por Europa desde antiguo y que llegó a atribuirse falsa e inverosímilmente a Pergolesi con el título de Les tendres souhaits (Los tiernos deseos). Que en momentos tan terribles cada cual los dirija según su sensibilidad, sus necesidades y sus anhelos.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios