Jóvenes y brillantes

La entrega de los músicos propició ayer en el Teatro de la Maestranza un concierto memorable.
La entrega de los músicos propició ayer en el Teatro de la Maestranza un concierto memorable.
Juan Ramón Lara

10 de agosto 2013 - 05:00

Dirección: Daniel Barenboim. Programa: G. Verdi: Oberturas de 'Las vísperas sicilianas' y 'La forza del destino'. Preludios de los actos 1 y 3 de 'La traviata'. H. Berlioz: Sinfonía Fantástica. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fechas: Viernes 9 de agosto. Aforo: Lleno.

Si los lamentos por la decadencia de la educación en Andalucía, España y el mundo todo tienen justificación en muchos campos, de ningún modo la hallan en el musical si atendemos a la calidad de jóvenes músicos como los que formaron ayer la orquesta del proyecto West Eastern Divan. Formada prácticamente a tercios por instrumentistas árabes, israelíes y españoles -cierto que de una media de edad que superaba muy holgadamente la veintena-, los supuestos aprendices mostraron un nivel técnico y de concentración que pueden envidiar muchas orquestas españolas.

A lucir esas cualidades ayudó la dirección de Barenboim, parco en gestos y más atento a la precisión y la calidad del sonido que a las efusiones líricas. Tras una primera parte correcta pero comparativamente anodina, que sirvió de largo preludio, la orquesta atacó en la segunda parte un berlioz que ya trajo a Sevilla hace cuatro años y cuya grabación en directo, realizada en los Proms londinenses ese mismo verano de 2009, acaba de lanzar en disco: la exuberante, romantiquísima, excesiva y nada fácil Sinfonía Fantástica.

Tras un arranque algo dubitativo la orquesta y el maestro, ayudados por la extraordinaria orquestación del compositor, mostraron un suntuoso sonido, especialmente mencionable en los primeros violines y los metales -algo favorecidos además por la acústica-. Con precisión analítica de cirujano, Barenboim nos ofreció tal transparencia que parecía estar mostrándonos la partitura abierta, y la exactitud rítmica sorprendió en una orquesta joven y de tan amplio tamaño; la sensualidad y belleza del sonido impidieron echar de menos algo más de elasticidad en el tempo en el baile o de dramatismo en la marcha al cadalso y el aquelarre.

La opulencia sonora de la orquesta y la brillantez del final de la sinfonía se prolongaron en ¡cuatro! bizets de propina para éxtasis de un público ya dispuesto de antemano a aplaudir en cualquier silencio.

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