Obituario

Juan Bosco Díaz-Urmeneta: el compromiso moral

  • Antes de ser crítico y teórico del arte, tuvo un papel crucial en las luchas sociales y trabajadoras en la Sevilla de los años 60y 70, primero como sindicalista, luego como secretario provincial del PCE

  • A su salida del partido, donde vivió años duros, en los 80 hizo su tesis doctoral (sobre Isaiah Berlin) y se volcó en la filosofía, el arte y la Universidad

El profesor y crítico de arte Juan Bosco Díaz-Urmeneta.

El profesor y crítico de arte Juan Bosco Díaz-Urmeneta. / Efe

Me toca escribir un homenaje a una persona particularmente cercana a mí y a los míos. Conocí a Juan Bosco Díaz-Urmeneta hacia 1975 o 1976, aunque venía oyendo hablar de él desde tiempo atrás. Aquellos fueron los años intrépidos en que se hicieron cosas importantes en política y decisivas para la vida de los españoles, cuando se arriesgaba coherencia y principios establecidos, pero sabías que, precisamente porque los tiempos lo demandaban, era necesario ese riesgo. La escuela ética, social y política de Juan Bosco fueron las comisiones obreras, aquel movimiento de trabajadores que inventó una manera nueva de afrontar las luchas sociales en torno al trabajo.

Inventar, innovar, dos palabras con las que Juan se sentía próximo en asuntos sociales y políticos sin contraponerlos con una visión clásica, ilustrada, de la política como ejercicio de compromiso cívico. Por eso conectó fácilmente con aquellos jóvenes trabajadores de la industria sevillana –CASA, ISA, Fasa, Landys y tantos talleres de los polígonos– y de los sectores de servicios que sin duda figuran, otra cosa es que hoy sea materia del olvido interesado, en la lista de los indispensables para la llegada de la democracia. Juan Bosco y otras personas están detrás de aquellos boletines y periódicos clandestinos, luego tolerados y finalmente legalizados, donde se tomaba el pulso a la vida social sevillana y se construía una red informativa que se contrapusiera a la del gobierno franquista o del empresariado.

Realidad se llamaba aquella revista cuyo primer número salió en agosto de 1969 y a la que se incorporó Bosco aproximadamente a principios de los 70. Esa escuela informativa y activista le dio una buena parte de su manera de entender los procesos sociales: había que cambiar las cosas a partir de que éstas son concretas, no idealidades ni construcciones montadas en el aire. De ahí venía –cuando conversábamos en los últimos años delante de un buen vaso de malta escocesa, con Pedro, con su compañera Concha apurando para que no tomáramos el segundo– su incomprensión o falta de entendimiento con la nueva izquierda política, centrada más en la retórica que en lo concreto. Aquel mundo social de la Sevilla de los años 60 y 70 le continuó atrayendo como referente de un estilo moral de actividad colectiva y por eso estaba encantado –me dijo en una de sus últimas charlas telefónicas– de que la Fundación de Estudios Sindicales de Comisiones le propusiera un trabajo y exposición sobre la cartelería del sindicato. Desgraciadamente, ya no será posible que él culmine ese encargo.

En pleno proceso de transición a la democracia Juan Bosco dio el salto a la política de partido; intuyo que hubiera preferido seguir trabajando en aquellos locales de Comisiones de calle Morería o de O'Donnell, pero una serie de circunstancias y las presiones de sus compañeros del sindicato le llevaron a asumir la secretaría provincial del PCE de Sevilla. Fueron años duros, de gran desgaste interno, pero a la vez lo fueron para poner en práctica algunas de sus ideas y propuestas para mejorar la vida de la gente y la calidad de pueblos y ciudades. Desde la dirección de aquel partido apostó claramente por una política urbanística, que dirigía entonces Víctor Pérez Escolano, de control de la especulación y de redistribución de las plusvalías urbanas. Alguien contará alguna vez cómo, desde la patronal de la construcción, un diario local sevillano y otros sectores de los poderes fácticos locales trataron de echar por tierra aquella voluntad por impedir el destrozo urbano que se venía produciendo desde los años 60.

Ese y otros hechos propios de la vida interna de los partidos le llevaron a tomar la decisión de cesar en la dirección del partido sevillano y proponerme como sustituto. Trataba de esa manera de ayudar, con su salida, a recomponer la quebrada unidad interna. A partir de esos años, comienzo de la década de los 80, Juan Bosco, sin abandonar su compromiso con el partido, inicia un trayecto de reconstitución, de volver a hacerse y recomponerse como ser pensante y práctico. Ese camino lo proyecta en la senda de la filosofía, el arte y la universidad. Se mete de lleno a estudiar, realiza su tesis doctoral sobe Isaiah Berlin –un pensador que la atrae por su ruptura de los parámetros cerrados ilustrados y por su liberalismo del bueno, como me dijo varias veces–, es profesor de Estética en la Universidad de Sevilla e inicia una trayectoria como teórico y crítico del arte en diversos medios –en este periódico nos mostró sus profundos saberes– que dará pleno sentido a sus últimos treinta años. La última y definitiva prueba de su conexión con el mundo de la pintura sevillana contemporánea son las monografías que dedicó a Joaquín Sáez, Teresa Duclós y, fue su último y monumental trabajo, el catálogo razonado de la obra de Carmen Laffón. Los que estábamos cerca de él, conocedores de su enfermedad, sabemos lo que le dedicó y el tiempo que robó a su salud. Pero entendió que era, como en otras épocas, un ejercicio de compromiso moral y artístico.

Creo que con su fallecimiento se nos va una mente privilegiada, un crítico agudo y completo y un referente del compromiso moral y cívico. Y a mí se me va un cómplice de aventuras e ilusiones.

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