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Juventud en marcha

Crítica 'Hermosa juventud'

Rosales sigue los pasos de una pareja de barrio periférico.
Manuel J. Lombardo

03 de junio 2014 - 05:00

Hermosa juventud. Drama, España, 2014, 100 min. Dirección y guión: Jaime Rosales. Fotografía: Pau Esteve Birba. Intérpretes: Ingrid García Jonsson, Juanma Calderón, Inma Nieto, Fernando Barona, Torbe.

En la gira por varias universidades españolas que ha realizado estas pasadas semanas presentando Hermosa juventud, Jaime Rosales ha insistido a los estudiantes en que su propósito era mostrar un retrato de la actual juventud española del desempleo y la emigración forzosa desde una cierta distancia, sin implicación, dándole la voz y los actos sin más a sus protagonistas. Como si tal cosa fuera posible.

Tiendo a ver cada nueva película de Rosales (Las horas del día, La soledad, Tiro en la cabeza, Sueño y silencio), nuestro director más cotizado en el orbe festivalero de primera división, como un nuevo ejercicio de imposición (habrá quien diga impostura) de formas sobre temas de más o menos actualidad (del terrorismo de ETA a la crisis de los ni-ni), o lo que es lo mismo, como una operación de calculado oportunismo que, en realidad, esconde menos sustancia dentro de lo que su aparato de promoción, que incluye a cierto sector de la crítica con inquietantes adhesiones, quiere hacernos creer.

Contradiciendo sus propias palabras, titular Hermosa juventud al relato de una pareja de barrio periférico que intenta sobrevivir a duras penas a la falta de trabajo, un embarazo inesperado y una desorientación considerable, es ya toda una declaración de intenciones autoriales. Rosales juega en su primera parte al registro realista y crudo del 16mm, a la cámara escrutadora, a los encuadres sin demasiado aire, para adoptar luego, en la que se quiere la operación renove de su película, el discurso de los chats de Whatsapp, el Skype, los videojuegos o Instagram como formatos contemporáneos a través de los cuales narrar elíptica y sintéticamente la relación y la comunicación en la distancia, la separación paulatina de la pareja, la entrada en un nuevo círculo que, en su supuesta mirada distante y no implicada, desemboca en una misma salida. Mensaje claro.

Más que distancia o la neutralidad, lo que yo veo en esta y otras películas de Rosales es una cierta anestesia fría sobre los materiales que me suena a experimento de laboratorio, a ejercicio de cineasta inquieto al que le interesa mucho menos lo que cuenta que cómo lo cuenta, aunque lo que cuente, oh, sea de rabiosa actualidad e interés o preocupación social. El supuesto tono naturalista e improvisado (más logrado en Ingrid García que en el resto del reparto), ese verismo de barrio, esos personajes con escasa conciencia, me parecen más bien maniquíes de manual sociológico que auténticos chavales inscritos en un tiempo y un espacio concretos, un tiempo y un espacio, por cierto, mucho más puntuado y forzado por el guión (los padres, al asunto de la agresión y la venganza) de lo que sería recomendable.

Puestos a hablar de juventud, me quedo con la Juventud en marcha de Pedro Costa, en la que, por cierto, el protagonista era un tipo de 60 años.

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