Las nubes | Crítica de teatro

Una amable payasada con un gran elenco

Una divertida pose de los actores en la pieza que se pudo ver anoche en el Teatro Cartuja Center.

Una divertida pose de los actores en la pieza que se pudo ver anoche en el Teatro Cartuja Center. / Jero Morales

Las Nubes fue la comedia preferida de Aristófanes. En ella aparece por primera vez una referencia a Sócrates, a quien el dramaturgo ateniense, de ideas conservadoras, ataca y ridiculiza, enmarcándolo entre los sofistas capaces de corromper a los jóvenes con su impiedad y su defensa de la argumentación falaz.

A pesar de su ironía y de sus puyas, es difícil creer que tales disputas puedan interesar demasiado al público actual. Habría que ver si las nuevas generaciones conocen ya a Sócrates o a los sofistas, dada la eliminación de la filosofía de muchos programas académicos.

Por ello, el exTricicle Paco Mir, que dijo con motivo del estreno en el pasado Festival de Mérida que no tenía otro objetivo que el de hacer una gamberrada como la que había hecho el autor, traslada la acción desde la Atenas del siglo V a. de C. hasta la Roma del siglo I de nuestra era, y se decide por el metateatro, haciéndonos asistir a un ensayo de la obra del griego en el recién construido teatro de Emérita Augusta.

Gracias a esa traslación, Mir ha escrito un prólogo que añade algunos personajes (interpretados por Mariano Peña, Cristina Almazán y Moncho Sánchez-Diezma), facilitando una inocente interacción con el público, que se ve de pronto convertido en el coro de la obra.

Una decisión que alarga la pieza, ya pasada de metraje, pero que le permite poder tocar otros temas más cercanos, relativos a la situación del teatro actual. También se introducen chistes de poco calado sobre los géneros en el lenguaje o sobre los caramelos Strepsils. Por lo demás, la obra transcurre bastante fiel al original, sostenida por un elenco mayoritariamente andaluz y realmente destacable que, desde un trabajo de brocha gorda, como payasos blancos todos ellos, va afinando y llenando de detalles.

Una afinación que resulta directamente proporcional a la experiencia y al talento de cada uno de sus intérpretes ya que no se observa un gran trabajo de dirección a la hora de construir los personajes.

De este modo, con un humor completamente naíf, de ‘teta, culo y pedo’, cada uno de los actores y las actrices va a defender su papel (o papeles) recurriendo a su propio bagaje.

Estrepsíades, el labrador que acude al Pensadero para que le enseñe a argumentar con falacias y así librarse de sus deudas es Pepe Viyuela, un actor extraordinario y capaz de utilizar numerosos registros, e igualmente brillante se muestra Manuel Monteagudo (Sócrates). Ambos están realmente magníficos, pero tampoco les van a la zaga Mariano Peña –personaje añadido- y el resto de actores y actrices, inmersos todos ellos en un sencillo movimiento que, en varias ocasiones, cuando la pieza comienza a hacerse monótona, se resuelve en unos cantables (entre otras, se utiliza la música de La bella Helena de Offenbach en versión de Juan Francisco Padilla), coreografiados por Isabel Vázquez con gran sencillez, pero de gran efecto refrescante y dinamizador.

La escenografía de Sanz, con dos edificios –la casa del protagonista y el Pensadero o escuela de Sócrates- facilita el movimiento de un lado al otro del escenario. También colaboran en el resultado el colorido vestuario de Mai Canto y una iluminación llena de efectos especiales, aunque bastante poco sutil.

Todo ello hace de Las nubes un espectáculo amable, entretenido y poco trascendente que el público, cansado de las tragedias cotidianas y con muchas ganas de celebrar, aplaudió fervorosamente.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios