Latre, el cómico-actor con falta de filo
Idea: Carlos Latre. Guión: David Lillo, Azan Zulaika, Carlos Latre. Dirección: Jordi Casanovas. Dirección producción: Núria Garcés. Coreografías: Francisco Lloberas. Fecha: 23 de mayo. Lugar: Teatro Lope de Vega. Aforo: Tres cuartos.
Ver a Carlos Latre en vivo y en directo en un teatro ahuyenta todas las sospechas que el medio televisivo siempre genera alrededor de las criaturas a las que encumbra: aquí no cabe el falso directo, ni la fragmentación, ni la retórica del espectáculo por el espectáculo. Y de esa prueba de fuego, Latre sale con el cum laude, llevando a cabo un one-man-show francamente impresionante, un derroche físico y mental que el espectador no puede sino admirar: una hora y media imitando sin parar ni un instante a casi todas las personalidades políticas y mediáticas que puedan imaginar, de Rajoy a Carlos Jesús, cantando y correteando de un lado a otro del escenario, siendo la única pero múltiple voz de una farsa sobre una interesada visita de Obama a España.
Más allá de ese primer nivel de alarde técnico (Latre no da gato por liebre y la tele, en cierta medida, lo empequeñece), Yes we spain is different no escapa a las constricciones del particular subgénero de la imitación, cuyo principal vehículo mediático, y no es señal baladí, sigue siendo la radio. Así, aunque el actor acompañe de gestos y teatralice cada encarnación (con generosos y quizás prescindibles apartes musicales), cuando la magia se produce, pide ser seguida con los ojos cerrados. Ver a Latre, como diría Josep Pla, haciendo todos los papeles de la Aleluya (y dándose él mismo todas y cada una de las réplicas) mientras sigue su particular guión a lo Torrente, no deja de ser pelín fatigoso, al menos para el no fan.
Yes we Spain is different presenta, además, otra carencia a nuestros ojos: es poco carnavalesca y demasiado blanca. A excepción del sketch que fusiona a la duquesa de Alba con Lady Gaga, y a algún que otro momento en que se presta atención a los recientes hits monárquicos, el espectáculo de Carlos Latre se decide más por hacer sangre del friki que del poderoso, olvidándose de la profunda catarsis que provoca el vuelco de las jerarquías (que es lo que uno espera del cómico que se cuela en el gran teatro). Con respecto a esto último, y como en otras ocasiones hemos advertido, lo suyo sería -lejos estamos, la verdad, de la ironía- revitalizar el concepto "sala de fiestas" y poder ver a Latre en una mesita, adornada con algún destilado.
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