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Les Arts Florissants | Crítica

Dueños de la palabra y de la armonía

Los madrigalistas de Les Arts Florissants en un concierto de hace unos años

Los madrigalistas de Les Arts Florissants en un concierto de hace unos años / CLC Productions

Largo y exigentísimo programa de madrigales el que se ofreció a un público al que no se le brindó la oportunidad de seguir los textos de los poemas puestos en música, algo imperdonable en un repertorio como este que basa su significación en la imbricación entre la palabra y la música. En un recital de madrigales, el sonido puede ser más o menos bello o seductor, pero desprovisto del sustento textual carece casi por completo de sentido.

En la segunda mitad del siglo XVI, el madrigal italiano había empezado a transformar profundamente esa relación entre texto y música, que se dirigía a una profunda inversión de valores: en expresión de Giulio Cesare Monteverdi, la palabra pasaba de ser “sierva” a “dueña” de la armonía. Esto significaba que las reglas del contrapunto clásico podían ser transgredidas si con eso se ofrecía un más expresivo tratamiento del texto literario. En ese camino, la figura de Gesualdo resultará esencial, pues nadie llegó más lejos que él en ese saltarse las reglas de la armonía para potenciar las imágenes poéticas.

La facción madrigalista de Les Arts Florissants, el mítico grupo barroco de William Christie, trajo hasta Sevilla el Primer Libro del maestro napolitano, una publicación en la que el torturado universo cromático de sus últimas ediciones queda lejos, pero en el que se aprecia ya la forma que habían desarrollado los músicos para pintar la música, no sólo en los recurrentes suspiros, fugas o quejas, sino en referencias más sutiles, como el vuelo de una abeja o el cielo estrellado. Los madrigales de Gesualdo se contextualizaron con otros del tiempo, entre los que destacaron los maravillosos Besos de Marenzio, cumbre absoluta del concierto.

Formado en el mundo madrigalístico inglés, Paul Agnew se ha alejado radicalmente de las tradicionales maneras británicas para buscar la calidez y la pasión de los conjuntos italianos o flamencos. Agnew privilegia la claridad de la trama de voces sobre el perfilado. Aunque más incisiva Allan, sus dos sopranos se parecen demasiado, mientras Grint destaca por la noble cantabilidad, pero no por la solidez ni la potencia de sus graves, por lo que a veces se diluye. De todo ello se benefician unas voces medias que suenan con una transparencia soberbia y en la que la clara distinción entre los timbres de Clayton y Agnew resulta esencial para el trabajo del grupo. Por otro lado, la afinación es perfecta, la mezcla vocal, de enorme belleza, y el grupo explora la retórica con un tratamiento variadísimo de matices de todo tipo.

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