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Nocturama | crítica

El festival de la esperanza

  • La noche del sábado vio el final de Nocturama, el festival que ha marcado el camino de cómo hay que hacer las cosas para que no se hunda la cultura de la música en directo uniendo el esfuerzo público al privado

Maribel Quiñones, siempre Martirio de pasión

Maribel Quiñones, siempre Martirio de pasión / Óscar Romero

En su noche final Nocturama volvió a agotar todas las localidades a la venta con el reclamo de Martirio, de gran atractivo para el público que fue llenando poco a poco el recinto de los Jardines del Casino de la Exposición con el delicado impulso de Ana Chufa y Juano Azagra, que con el único apoyo de sus respectivas guitarras desgranaron una decena de canciones suaves y hermosas que nos llegaban a través de la notable voz de Ana, transmitiéndonos emoción a la vez que hacía que fuese realmente fácil escucharla. No tan fascinante fue la salida, que casi la mitad de los asistentes inició al terminar Martirio su concierto, sin esperar al de José Domingo, quien tampoco fue capaz de detener el continuo goteo de gente hacia la salida con su estilo de cantautor urbano que no terminó de reflejar en directo la unión del folk con los ritmos progresivos que maneja en su último disco, por lo que no enganchó más que a sus fans presentes; aunque tampoco vamos a decir que fuese un concierto malo porque le salvó del adocenamiento el fantástico trabajo a la guitarra de Jordi Herrera, que llenó de lisergia instrumental el pop sensible de José Domingo y puso el desenfreno ocasional y el feeling casi de straight edge que fue lo que mantuvo el interés de los que nos quedamos hasta el final.

Martirio está en otro nivel muy superior; ella está Más allá de la música, que es el nombre que tiene la introducción que nos hizo, desde la que fue sentando las bases de lo que iba a ser todo el concierto: un derroche de ingenio en los guiños con los que conectó con el público, una personalidad brillante que nos mantuvo hechizados a todos con su palabra y su presencia y una forma de cantar profunda, que se agiganta al mismo paso en que disminuye el torrente de su voz con el paso de los años. Si a eso le sumamos el don natural que tiene Raúl Rodríguez para sacarle a su guitarra falsetas imposibles, cada una de ellas de distinta tonalidad según correspondiese a la canción que en ese momento estaba cantando su madre, tenemos todos los ingredientes para hacer de este concierto de la noche del sábado un acontecimiento inolvidable, algo que ya era de entrada por ser el primero de Martirio desde hace seis meses y por estrenar muchos arreglos de sus canciones para ofrecerlas con el único acompañamiento de la guitarra de Raúl, como fue el caso de Las ciudades, a la que este siempre le ha visto una conexión con el rock y el blues sevillano y la interpretaron metiéndole esa onda a la forma en que solía cantarla Chavela para convertirla en algo más cercano al Juan Charrasqueado cuando los hermanos Amador se ponían intimistas.

Todos los géneros con los que Martirio ha ido jalonando su carrera estuvieron presentes. Comenzó con una serie de canciones de corazón partío que tan bien componen los mejicanos: Júrame, Luz de luna, El andariego, Las ciudades; de ahí pasó a las bulerías de Quisiera amarte menos para volver a ofrecernos otras perlas trasplantadas perfectamente del piano a la guitarra, como fueron Drume negrita y Alma mía. La catarata de emociones se desbordó cuando Martirio se metió en el terreno de la copla con una versión de No te mires en el río más dulce que la que cantaba Concha Piquer para tintar de jazz blues la Torre de arena de Marifé de Triana y mordernos el alma como lo hacía Bambino con Soy lo prohibido. Revisitó por tercera vez a Chavela a través de las Noches de boda de Joaquín Sabina y dejó atrás la amargura de los textos para terminar con alegría y baile en las sillas con la divertidísima Compuesta y sin novio, los floridos acordes de Raúl para Volver y las Sevillanas de los bloques convertidas en un himno a la pandemia.

Esta singular edición de Nocturama nos ha llenado de esperanza el alma, dejándonosla más rebosante que los forladys que todos terminamos coreando con Martirio.

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