Música clásica

Memoria de una exiliada

  • La Orquesta de Córdoba y José Luis Temes graban en Verso la obra sinfónica completa de la asturiana María Teresa Prieto

Casi desconocida hoy, María Teresa Prieto (Oviedo, 1896 - México D. F., 1982) llama desde este doble disco que le dedican en el sello Verso la Orquesta de Córdoba y José Luis Temes a la puerta de los conjuntos sinfónicos españoles, que programando su música lograrían conjugar el rescate de una olvidada compositora española del siglo XX y la oferta de una música escrita en los últimos 70 años, pero de fácil acceso para ese público que no termina de encontrarse a gusto en las propuestas más vanguardistas.

Más que una exiliada política, María Teresa Prieto fue una transterrada (según el concepto acuñado por José Gaos), ya que abandonó España al poco de iniciarse la Guerra Civil a causa no tanto de su compromiso con uno u otro bando sino de la peligrosa situación personal a la que quedó expuesta por la especial virulencia de las revueltas producidas en su Asturias natal. Así que el 1 de diciembre de 1936 la compositora llega a México, respondiendo a la llamada de un hermano, y se instala en el caserón que éste tenía en San Ángel, permaneciendo en él hasta la fecha de su muerte, con alguna ocasional visita a España.

María Teresa Prieto llevó una vida retirada y solitaria. Acaso su condición de huérfana desde niña y su nostalgia de exiliada la hicieron una mujer introvertida y melancólica, ajena al aparato mundano del éxito artístico, lo cual no fue obstáculo para que algunos directores del máximo prestigio (como Eric Kleiber o Ataúlfo Argenta) se interesaran por su obra. En México, Prieto tuvo contactos también con algunos de los más influyentes compositores del momento, entre ellos Stravinski, que visitó su casa, y Adolfo Salazar, que no sólo vivió sus últimos años entre sus muros sino que allí murió. Estudió además con dos de los mayores compositores mexicanos de todo el siglo XX, Manuel Ponce y Carlos Chávez (quien estrenaría la mayor parte de sus obras sinfónicas), y también lo haría con Darius Milhaud, para lo que se acercó hasta California en 1946 y 1947 .

La mayor parte de la música orquestal de Prieto se distingue por un elegante y transparente diatonismo y por el uso de armonías modales, aunque en los años 60 se interesaría también por la técnica serial, que utilizó de forma muy personal. Los motivos populares están presentes de igual modo en sus creaciones, sobre todo en las primeras, bien como soporte imaginario, como en la Impresión sinfónica (1940), o a través de citas explícitas, como en su Sinfonía asturiana (1942), en la que se reelaboran y varían temas tan conocidos del folclore español como las canciones Ya se murió el burro y Quisiera ser tan alta como la luna. En el poema sinfónico Chichen Itzá (1944) las referencias se dirigen al universo mitológico maya. Admirables y concisas resultan sus otras dos sinfonías: la Breve (1945) y la de la Danza Prima (1951). En el Adagio y Fuga (1948), la compositora muestra su gusto por el contrapunto y su deuda con Bach. Se trata de una obra en la que hay una parte escrita para un cello solista, que en esta grabación asume Carlos Prieto, su sobrino, hoy violonchelista mundialmente reconocido. La suite de ballet El Palo Verde (1956-67) también incluye una fuga entre sus cinco tiempos. Finalmente, en los dos Cuadros de la naturaleza (1965-67) y en el Tema variado y fuga (1967) la autora amplía su armonía y experimenta con el dodecafonismo. Un álbum del máximo interés.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios