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Cultura

Memoria e invitación al viaje

  • José Ramón Sierra expone en el jerezano Espacio De la Calle.

Wackenroder, uno de los primeros románticos, fue un joven que, creyéndose inhábil para la poesía, decidió escribir sobre pintura y música, resultando sus textos obras de arte. Iniciaba así la crítica romántica que convertía el comentario en pieza artística. Esta memoria romántica persiste en estos trabajos de José Ramón Sierra (Olivares, Sevilla, 1945): un diario de viaje a Viena se convierte en dieciséis paneles que evocan el arte que alberga la ciudad. Hay aún otro eco romántico: Wackenroder fue también pionero en ver que el arte era obra de una cultura. Sierra se demora en la densa cultura vienesa. Una obra, Lacrimosa, reúne bajo la somera alusión al Requiem de Mozart los ojos de Freud, Mahler, Schönberg y Wittgenstein que bajan en cascada desde la mirada de una figura de Klimt. Orquesta y coro asocia el mismo Requiem a uno de los rostros grotescos de Messerschmidt, el escultor del siglo XVIII que sin querer se asocia al accionismo vienés de los años 60.

Estos ecos románticos tienen un tratamiento que remiten a algo mucho más próximo a nosotros. El texto que acompaña a las obras se sorprende al no encontrar en la serie alusión alguna a los grandes cuadros de Velázquez conservados en Viena. Creo que Velázquez, aunque no esté presente en las figuras, sí lo está en el conjunto de la serie e incluso la recorre. Porque en los paneles alienta aquel arte de ingenio, propio del siglo XVII español, al que no era extraño Velázquez. Las piezas de Sierra son juegos de lenguaje que buscan, como la prosa conceptista, la elaboración de figuras herméticas. Hermetismo que pretende, como los textos de Gracián, estimular la imaginación y el pensamiento: concitan direcciones muy diversas del arte y la cultura, las comprimen hasta concretarlas casi en aforismos y así las ofrecen al espectador.

Hay un tercer elemento, mucho más actual, el collage en su versión más reciente: los cubistas pretendieron con él llevar a la pintura algo no pictórico. Pero esta intención cambia, primero con Hannah Hoch y después con Baldessari, hasta generar obras donde la unión de imágenes heterogéneas señala pasajes poco transitados y aun desconocidos de nuestra cultura. El collage se convierte en mapa que condensa pasados y presentes, y es así una invitación al viaje. Con esto la muestra se vuelve sobre sí misma: la memoria de un viaje se hace invitación a recorrer circuitos de los que quizá no éramos conscientes.

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