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Miguel Poveda | Crítica

Un clásico sevillano

Miguel Poveda durante su actuación en la Plaza de España.

Miguel Poveda durante su actuación en la Plaza de España. / Juan Carlos Muñoz

Dos partes diferenciadas, aunque lógicamente conectadas, ofreció Miguel Poveda en su recital del Icónica Sevilla Fest.

En la primera ya asomaron sones flamencos como las bulerías para arreglos de la lorquiana Oda a Walt Whitman o Cómo reluce Triana. También en su personal versión del personal Himno de Andalucía que creó el añorado Manolo Sanlúcar. Pero, en su mayor parte, esta primera mitad del concierto trascurrió por la senda de la canción de autor hispanoamericana, Serrat y Rubén Blades, el tango porteño, el bolero, el son y la copla. Eso sí, todo el material traído al territorio de lo jondo con brillantez y buen gusto, hasta el punto de que El rey, de José Alfredo Jiménez, también fue objeto de un arreglo buleaero. Y no se trata solo de que la voz de Poveda es flamenca al 100%, aunque pueda cantar lo que quiera. También los arreglos de Joan Albert Amargós subrayan esta vena jonda, con la presencia en el grupo de palmas, voces jondas y guitarras y percusiones flamencas. A la dificultad que conlleva pasar de un género a otro hay que sumar las propias dificultades técnicas que presentan las composiciones mencionadas, como la compuesta por Manolo Sanlúcar, con unas modulaciones de vértigo. Miguel Poveda cantó lo que le gusta, las músicas en las que creció, incluyendo un delicioso potpurrí con éxitos de Los Chichos.

En la segunda parte nos encontramos en un territorio propio. Cantó delante de 3000 personas que escucharon con unción las malagueñas y los abandolaos. Allí pudo lucirse la guitarra del esteponero Daniel Casares. Como se lució en la soleá de Triana la del joven Alejandro Hurtado. Fue precisamente este cante uno de los más emotivos de la noche. A media voz, como requiere el género. Porque Miguel Poveda, que es un superdotado técnicamente, sabe imprimir a cada estilo la fuerza y la intensidad que requiere. En la petenera hizo un experimento delicioso: cantó la petenera veracruzana, un dúo con Noemí Humanes, y luego un par de letras flamencas de finales del siglo XIX, es decir, más silábicas y menos melismáticas que la petenera jonda actual. Y, luego, esos cantes festeros que el cantaor catalán ha convertido en su seña de identidad: alegrías de Cádiz, bulerías de Jerez y tangos de Triana. En los dos primeros estilos contó con la colaboración de dos voces imprescindibles del jondo actual, la del gaditano José Anillo y la del jerezano Miguel el Londro. En los tangos volvió el grupo al completo y trató de recorrer el camino que va de Sevilla a La Habana, o viceversa, con arreglos de metal y percusión cubana. La cosa acabó con los bises de Diverso, una declaración de principios que da nombre a la propuesta, y Dame la libertad del Lebrijano, que también es una declaración de principios.

Por su profundo vínculo con Sevilla, ciudad en la que residió durante años, podemos decir que Miguel Poveda se ha convertido en un clásico hispalense ya que aquí sus recitales son esperados con ilusión y forman parte de nuestro calendario anual.

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