CICLO DE CÁMARA DE LA ROSS | CRÍTICA

Quintetos con espíritu familiar

Magnífico incio del ciclo de cámara de la Sinfónica.

Magnífico incio del ciclo de cámara de la Sinfónica. / Guillermo Mendo

Varios son los hilos que unen a estos dos quintetos para clarinete y cuarteto de cuerdas. Ambos nacieron de la relación de sus compositores con dos virtuosos del clarinete, Anton Stadler en el caso de Mozart y Heinrich Baermann en el de de Weber. Y una línea de parenetesco familiar los enlaza, porque Carl Maria von Weber era primo de la esposa de Mozart y no es de desdeñar la influencia del quinteto de éste sobre el de aquél.

Sea como fuere, se trata de dos obras sensacionales que recibieron dos interpretaciones soberbias para abrir el ciclo de cámara de esta temporada.

El cuarteto de cuerdas se presentó con un sonido compacto, muy empastado, de tonalidades antes doradas que brillantes, con toques aterciopelados y con una conjunción en materia de articulación y de fraseo digna de aplauso. A este sonido irisado colaboraron especialmente la viola de Bosio y el chelo de Baraviera en una franja central y grave de gran calidad y relieve. A destacar la profundidad del chelo en la primera frase en la Fantasía de la obra de Weber, así como el relieve de la viola en una de las variaciones del cuarto tiempo de la de Mozart. El control del sonido, del vibrato especialmente, permitió escuchar un Mozart diáfano, lleno de lirismo (¡ese Larghetto milagroso!), con diálogos soberbios entre Alexa Farré y Miguel Domínguez.

Domínguez mostró su dominio técnico en materia de agilidades y de respiración en el virtuosístico quinteto de Weber y en esa manera de deletrear las notas en el Larguetto de Mozart sin caer en lo amanerado. Magnífico el control de las dinámicas. Creo que el quinteto de Mozart hubiera ganado en tonalidades oscuras y en densidad de haber usado el clarinete en La con el que se suele suplir en la actualidad el clarinete di basseto para el que fue creado.

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