Para cuatro jinetes | Crítica de danza

Lo importante es seguir bailando

Las cuatro bailarinas despliegan una energía extraordinaria en 'Para cuatro jinetes'.

Las cuatro bailarinas despliegan una energía extraordinaria en 'Para cuatro jinetes'. / M. G.

Formadas en el Conservatorio de Danza de Madrid, las cuatro bailarinas de Mucha Muchacha han elegido la danza como medio para expresar sus inquietudes y sus preocupaciones.

Sin embargo, lo quieran o no, las bailarinas llevan la danza en el ADN de modo que, tras un primer y afortunado trabajo dedicado a las sinsombrero de la Generación del 27, vuelven a ella, concretamente al folklore, para reflexionar sobre la imbricación de esta con su/nuestra vida social.

Frente al baile flamenco, en su esencia individual e introspectivo, el folklórico es un baile de grupo, hace grupo y siempre celebra algo.

Dividido en tres partes (‘Mi tatarabuela’, ‘Mi abuela’ y ‘Tú y yo’) Para cuatro jinetes se nos presenta escindido en dos. Por un lado, es un espectáculo de una enorme fisicidad, sobre todo porque las cuatro estupendas bailarinas poseen una energía realmente extraordinaria.

Con un discurso algo endogámico, para mayor disfrute de los profesionales de la danza y de cuantos conocimos y apreciamos a maestros tan inolvidables como Pedro Azorín -¿a cuántos jóvenes habrá enseñado la jota?- o Juanjo Linares, son capaces de recordar, en 20 minutos, lo aprendido durante años, del aurresku a los verdiales, pasando por la jota y un montón de danzas más.

Por otra parte, ayudadas por las filmaciones de los Voluble, las luces sofisticadas de Marqueríe y la mirada externa de Celso Giménez, acometen un discurso eminentemente intelectual que confronta sus bailes, a los que desnudan para evitar cualquier referencia temporal o espacial, con un relato histórico que comienza con un texto sobre el futuro del folklore del etnomusicólogo Alan Lomax.

En medio, la escena se convierte en un estudio radiofónico para contarnos una absurda historia sobre la relación entre John Lennon (y Joko Ono) con Catalina, una joven balear maestra del cant redoblat y en un plató que enfrenta, en feroz combate dancístico, a dos bailarinas de distintas regiones.

Por la pantalla se irán superponiendo mil imágenes con sus correspondientes registros sonoros. Entre ellas, la construcción de un pandero, mientras uno enorme y cuadrado baja del peine para que las bailarinas celebren una danza que es casi un ritual dionisíaco, y un sinfín de fiestas y danzas populares, como la mascarada de Zuberoa con su hombre caballo.

Poco a poco, esas fiestas se irán llenando de flashes de una actualidad que llega hasta la pintada propalestina del Guadalquivir y al ‘Se ha caído la palmera’.

Al final, es el perreo y el reguetón lo que arrastra al público al escenario para compartir el baile salvaje y catártico de las cuatro sacerdotisas. Porque lo importante es seguir bailando, aunque haya bien poco que celebrar.

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