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Jorge Molina | Escritor y periodista

“Nadie se salva de hacer el memo, es algo transversal”

  • Jorge Molina regresa a la ficción con 'Tulio Terry', editada en Serie Gong, una novela en la que aborda la política, y sus personajes, en clave de humor.

  • Hoy a las 19:00 presenta el libro en el Antiquarium.

Jorge Molina ejerciendo de Tulio Terry.

Jorge Molina ejerciendo de Tulio Terry. / Elena Sevilla

-Cualquier parecido con la realidad es… le animo a finalizar la frase.

-Una buena forma de encontrar temas infinitos para escribir. Yo tengo en la cabeza personas reales a la hora de crear personajes. Esto de ser periodista permite disponer de un amplio casting, y en Tulio Terry he tirado de él. Como reportero, como asesor en la política y como chico de pueblo que conoce bien a la burguesía agraria. He mezclado al pollopera de Tulio Terry, un gobierno trostkysta, y una romería-bacanal muy nuestra, y sale este disparate.

-La política es un asunto frecuente en la narrativa y cinematografía de muchos países, nórdicos y anglosajones especialmente, pero aquí parece que todavía nos cuesta. ¿Tiene esa impresión?

-La tramoya de la política es una desconocida mina de situaciones humanas y novelescas. La excepcional serie Vota Juan acercó ese backstage y dio pistas. Yo, lo confieso, he estado a la sombra de miembros del Gobierno andaluz y de presidentes del Parlamento y vives cosas divertidísimas. Hay muchas escenas en esta novela que son pura realidad, desde la periodista que se negaba a dejar de fumar en sitios prohibidos, a diputados que arreglan su coche con presupuesto público. Pero, sí, los creadores hispanos no ven el potencial de la política, y no lo entiendo, quizás es que creen lo político como algo bajuno, actitud que no sé si es hoy más pijipi o neofacha.

-En Tulio Terry deja algo muy claro: la mediocridad, la falta de pudor y el poco sentido común, no entiende de ideologías.

-Nadie se salva de hacer el memo, es algo transversal. Yo he conocido lerdos en todos los estratos. Y me refiero a gente que mezcla la falta de carácter, las faltas de ortografía y la falta de pudor. En la novela solo un personaje salva el tipo, la rústica capataz de la finca de caza. El resto medra por su supervivencia haciendo todo lo que sea menester para no perder estatus o ingresos. Esto es muy nuestro, admitámoslo, el buscar la vía fácil para ir hacia el objetivo, sin cortapisas morales o estéticas. En Tulio Terry hay un sálvese quien pueda muy contemporáneo, que la sucesión de gags cómicos resalta. O eso espero (risas).

-¿La novela es muy sureña?

-Sí, bastante. Es curioso que todas las que he escrito se desarrollan en verano. Siempre pongo a sudar a mis personajes. Pero, al grano: no me da miedo retratar la parte que menos me gusta de lo que veo en mi entorno. Esta tierra tan alegre, simpática y colorista que dicen las campañas de publicidad de Madrid para vender bebidas alcohólicas mantiene un continuo flujo de favores al margen de la meritocracia, unas pasiones seudo cristianas, un desparpajo para hacer el ridículo, y etcétera, que dan muchísimo juego para la comicidad.

-¿Su novela tiene más de radiografía o de caricatura?

-Es como coger un cuadro al óleo y pegarle encima un collage. Tomo algo muy real y que conozco y veo en los telediarios con frecuencia y lo deformo un poco o un mucho para reírme yo –algo que ha ocurrido bastante- confiando en que los demás se diviertan. Al principio iba tan suelto de riendas al escribir que pensé que me estaba pasando. Y ahora la realidad, de nuevo, me ha superado.

“Con 'Tulio Terry' algunos pensarán que voy a rebufo de la actualidad, pero es ella la que me persigue”

-¿Por ejemplo?

-Pues la pugna dentro del partido en el gobierno, el LOL (Liga Obrera Libertaria), es por una ley que se me ocurrió para que la gente cambiara de sexo solo con desearlo. Y, vaya, pues está a puntito de aprobarse lo que llamé en la novela la Ley Integral de Todos los Sexos y Tendencias (LITSYT). Algunos pensarán que voy a rebufo de la actualidad, pero es ella la que me persigue.

-En España hay un cierto pudor a emplear el humor en la literatura, cuando suele ser un buen método para abordar asuntos muy serios.

-He leído en tantas solapillas de libros eso de que la obra ‘no está exenta de humor’… Cuando pone eso es que no tiene gracia alguna o es de tipo intelectual, advierto. Este libro no engaña: es para reírse. Y lo digo con el miedo a no conseguirlo; como un entrenador que promete Champions y el equipo casi desciende. El humor te conecta con el lector de una forma muy atávica. Es como la sorpresa, el miedo o el amor, emociones básicas. Por el contrario, el humor no lleva al escribiente a premio alguno, reconocimiento de la crítica y ni siquiera se liga más, según me informan algunos colegas más veteranos, pero te integra en un sector maldito y jacarandoso que lo pasa bastante mejor que el pobre de Rafael Chirbes.

-¿Ha utilizado más la memoria o la imaginación para escribir Tulio Terry?

-La memoria es muy cómoda. Recupero algunos conocidos y les pongo otro nombre. Si no hay nadie busco caras en Google, las pego en un Word, y las voy mirando para imaginar cómo deambularían por la novela. A partir de la realidad construyo los personajes, a los que siempre vapuleo con comportamientos o reflexiones que generan entre compasión y risa.

-Imagino que algunos personajes de su novela cuentan con una representación real. ¿Teme encontrárselos de frente?

-Pues no las tengo todas conmigo. A mi favor juega que cuando escribí con no poca saña 123 Motivos para No Viajar a Sevilla temí una oleada de repudio. Pero, nada, la ciudad fue muy tolerante, incluso Antonio Burgos le dedicó un elogioso artículo. Sí me veo venir eso tan sevillano de la felicitación risueña a la cara, y el esta te la guardo al girar la esquina.

-¿Cree que el humor debe tener límites? ¿Y quién y como se sitúan esos límites?

-Esta sesuda pregunta es durita para ser la última. Hace poco condenaron a Camilo de Ory por unos (lamentables) chistes sobre Julen, el niño muerto en un pozo. No creo que deba ser condenado, pero sí llevado de facto –no de iure- a un ostracismo social y radical durante un par de décadas como castigo por su crueldad. El humor tiene millones de límites, cada uno marca el suyo. Es como la tele, no pongas Sálvame y no te ofenderán los mentecatos que salen...

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