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CAPPELLA NEAPOLITANA | CRÍTICA

La Pasión según Nápoles

Antonio Florio al frente de la Cappella Neapolitana.

Antonio Florio al frente de la Cappella Neapolitana. / Aníbal González/Femàs

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Escritas seguramente para la capilla y la devoción privadas de Gaspar de Haro, marqués del Carpio y virrey de Nápoles, gran mecenas de todas las artes, las pasiones de Gaetano Veneziano han supuesto un importante vuelco en el conocimiento de la música napolitana para la Semana Santa, pues hasta ahora el género de las pasiones apenas si tenía en la Italia barroca el ejemplo de Alessandro Scarlatti (contratado por el mismo virrey como maestro de su Capilla Real). A diferencia de otras obras creadas para el culto público, más fastuosas en medios y despliegue musical, las de Veneziano (que han tenido en Sevilla su segunda interpretación mundial) son más austeras, más recogidas, más meditativas y atadas al sentido penitencial de las mismas.

Su descubridor, Antonio Florio (que no venía por Sevilla desde la Partenope de 2010), nos las ha traído y ha sabido hacer valer una música que es plenamente barroca en el sentido de que consigue la mayor carga expresiva con la menor cantidad de medios materiales. En las pasiones, inspiradas por una parte en el lenguaje madrigalístico y por otras en la severa polifonía, Florio fue haciendo que los dos coros fuesen trenzando al milímetro sus intervenciones, regulando las dinámicas y abriendo y cerrando el sonido con pleno sentido retórico. Sobrecogedor el final de Popule meus en diminuendo. Magníficas las ocho voces, así como el conjunto instrumental. A destacar a Marta Fumagalli en la lamentación Matribus suis, con estupendos melismas sobre las letras hebreas, bello timbre profundo y flexibilidad en el fraseo, culminando con una muy expresiva imprecación final Jersusalem convertere ad dominum deum tuum.

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