Orquesta Sinfónica Conjunta | Crítica

El tiempo, señor de la vida y de la música

Juan Ignacio Perea dirigiendo Haydn a la OSC en la Anunciación.

Juan Ignacio Perea dirigiendo Haydn a la OSC en la Anunciación. / P.J.V.

Son muchos detalles los que cuentan en una interpretación musical, pero si hubiera que escoger uno que deslindara a los muy grandes de los simplemente buenos habría que decir: el tiempo. Los compositores fijaron sobre el papel una estructura subdividida rítmicamente a través de las barras de compás, pero entender eso es sólo el principio. Es tarea del intérprete hacer que toda la composición fluya, aceptando las indicaciones rítmicas del autor, claro, pero dándole unidad orgánica, permitiendo que el oyente se olvide del compás porque la música se mueve dentro de uno como la brisa de la mañana o las aguas del río, sin detenerse nunca, pero siempre distintas. Es en el manejo de los detalles agógicos, es decir en la forma de encadenar las diversas unidades de tiempo concebidas por el compositor, en donde se detecta con más facilidad el talento y la capacidad musical, y eso es aplicable tanto a los directores de orquesta como a los solistas.

Por segundo año consecutivo, Juan García Rodríguez programó este concierto para que sus alumnos de dirección pudieran ejercitarse ante el público, y además esta vez los dejó solos ante el peligro, pues él no dirigió ninguna obra. Las tres alumnas que se repartieron la maravillosa Nachtmusik de Mozart (Marta Benítez, Aleksandra Mitkaleva y Amelia Marín) y la que asumió la Pavana de Ravel (Estela Lora) se mostraron en una fase aún prematura de su aprendizaje: necesitan sentir el control, y por eso el fraseo a menudo se hacía rígido, aunque el trabajo en la planificación dinámica, por ejemplo, fue notable. El octeto de Mozart es una obra maestra de la impostura: el compositor crea un auténtico drama con un género meramente de divertimento, casi decorativo, pero no quiere dejar mal sabor de boca en sus oyentes (la aristocracia vienesa) y termina la obra en un luminoso do mayor. Los ocho solistas de la OSC que asumieron el reto sólo merecen elogios por una interpretación de irreprochable pulcritud.

El alumno más maduro resultó sin duda Juan Ignacio Perea, y por eso asumió en solitario la interpretación de la Sinfonía nº44 de Haydn. Su gesto resultó más firme y decidido, sus movimientos en el podio, más naturales, y la música fluyó con más prestancia y flexibilidad, y ello a pesar de que se trata de una obra llena de síncopas y de contrastes bruscos, pero incluso ese consolador Adagio que Haydn introduce como una cuña entre el sorprendente minueto canónico y el agitado Finale, no fácil de manejar, funcionó con razonable ductilidad y continuidad. En los buenos resultados de la interpretación cabe destacar una vez el nivel extraordinario de los jóvenes de esta orquesta formativa, que lleva años dando grandes satisfacciones al aficionado sevillano y (supongo) a sus profesores.

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