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SAMSON ET DALILA | CRÍTICA

La ópera como mesa de reflexión

Gregory Kunde como Sansón.

Gregory Kunde como Sansón. / Antonio Pizarro

Por más que intentemos mediante los juegos de la ficción alejarnos de la cruda realidad, ésta siempre nos sobrepasa y, demasiado a menudo, nos hiela la sonrisa con su gélido aliento. Es lo que ha ocurrido con esta meditada y bien desarrollada concepción escénica de Paco Azorín, que indaga en los procesos de exclusión, de sometimiento, de odio, de eliminación del otro. Y justo ahora la realidad nos escupe a la cara con los reverdecimientos de los discursos del odio y de rechazo a la alteridad en nuestro propio país, esas actitudes y esas palabras que creíamos sepultadas tras décadas de convivencia democrática y que nos amenzan de nuevo secundadas de manera alarmante por millones de votos.

De ahí la necesidad de la recreación que Azorín hace de la ópera de Saint-Saëns. Ambientada en el epicentro del conflicto palestino-israelí, en la Gaza ocupada por Israel (ese Israel omnipresente mediante las enormes letras corpóreas que forman el único elemento escénico) y con el concurso de numerosos figurantes reclutados entre asociaciones de ayuda a colectivos de personas de capacidades diversas (otras vez la diversidad como reto de la convivencia), Azorín juega a propósito con la ambigüedad en el trasvase del texto al hipertexto dramático. Pues si en el referente veterotestamentario (Jueces 13-16) son los israelitas los oprimidos por los filisteos, ahora son los elegidos de Yavé los que oprimen y exterminan. No importa, también los israelitas, con el cuento de la Tierra Prometida pisotearon a pueblos y comunidades en su vagar, hasta desembocar en esa aberración histórica y política que fue la creación del Estado de Israel. No importa, decimos, porque lo que Azorín nos transmite es la necesidad de sensibilizarnos ante la existencia de la violencia y de la exclusión, que amenazan en la sombra y que se alimentan de la sobreexposición mediática que las magnifica. Ésa es la razón de la presencia continua de la reportera, cámara al hombro en medio de los horrores, haciendo que la crueldad acabe siendo para todos algo cotidiano que nos acompaña cada día a la hora de comer.

Azorín ha utilizado por primera vez en el Maestranza todo el enorme fondo del escenario, abriendo perspectivas espectaculares gracias a una iluminación magnífica y a un muy medido y eficaz juego de movimientos de las masas corales y de figurantes, con escenas de gran impacto, como el acercamiento inicial de todos desde el fondo en un inquietante contraluz.

Lacombe, como responsable musical, no estuvo al mismo nivel. La cuerda no alcanzó el empaste de tantas noches, con unos chelos de sonido muy irregular. A su batuta le faltó mayor sensualidad en el fraseo y una mayor atención a los acentos en los recitativos. Y en los pasajes líricos optó por tempos muy lentos y un fraseo blando.Kunde fue un Sansón vocal de principio a fin. Es impresionante la energía y la entrega que pone ya en la primera frase, con una impecable técnica de proyección en la máscara que hace que su voz llenase en su totalidad el teatro a pesar de no tener ningún elemento escénico que hiciese de tornavoz. La voz suena firme, con brillo en punta y remachada por acentos llenos de expresividad y de carga dramática, a la vez que sabe plegar su caudal sonoro en los momentos más íntimos sin perder apoyo ni definción del sonido.

Nancy Herrera posee un bellísimo color vocal y sabe frasear con gusto y sensualidad, hilando las notas con intencionalidad en un legato de grandes quilates. Pero mostró una emisión algo trasera que provocó la emergencia de sonidos mates que a menudo no lograban traspasar el foso. Las notas más graves sonaron abiertas y las más agudas metálicas. Su gran escena del segundo acto quedó lastrada por el tempo moroso impuesto por Lacombe, pero aún así fue un momento de notable belleza.Damián del Castillo mostró en Sevilla el gran momento vocal que atraviesa, con un sonido redondo, compacto y poderoso, muy homogéneo en todo el diapasón y con una capacidad interpretativa muy conseguida. Muy bien todos los demás solistas. El Coro tuvo una de sus mejores noches en uno de sus retos más complejos, con un soberbio empaste y soltura en escena.

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