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Pasionaria | Crítica de Danza

Habitar la grieta del sentido

Una escena del último trabajo de La Veronal

Una escena del último trabajo de La Veronal / Alex Font

Como otros espectáculos de Morau (Rusia, Islandia), Pasionaria es un lugar. En apariencia, una especie de sala de espera, con una gran escalera que no se sabe a dónde conduce y un ventanal enorme por el que se cuela la luna, las estrellas, los cráteres de algún planeta... Podría ser un manicomio, o una nave espacial.

Este lugar sin nombre está habitado por ocho seres humanos que se comportan como robots (¿o quizá es al contrario?), que se mueven de forma precisa, sin dudar, iniciando mil relaciones, pequeñas historias que no concluyen porque en realidad, al igual que el protagonista de Interstellar habitaba un tiempo cuántico, los seres de Morau deambulan por una grieta entre el sentido y el sinsentido. Una grieta que el coreógrafo mantiene con una coherencia feroz, haciendo equilibrios entre la frialdad de su lenguaje corporal –el Kova– y la calidez descriptiva de las músicas o la ternura de un bebé en una caja de cartón.

Marcos Morau logra crear una atmósfera que mantiene de principio a fin con una coherencia feroz

Ni un instante se pierde la tensión entre lo abstracto y lo narrativo en esa grieta. En ese agujero que es también un espejo, algo que no podemos dejar de mirar porque nuestro inconsciente no puede dejar de identificarse con esos seres solitarios y ridículos que se afanan sin cesar para no llegar a ninguna parte.

Los ocho intérpretes de 'Pasionaria', una alegoría del mundo real. Los ocho intérpretes de 'Pasionaria', una alegoría del mundo real.

Los ocho intérpretes de 'Pasionaria', una alegoría del mundo real.

A ese hipnotismo contribuye, y no poco, una fantástica composición de imágenes hecha de luz y de sombras –con toda su escala de grises–, de referencias al cine y a la pintura… y por encima de todo, el trabajo verdaderamente impresionante de los ocho bailarines de La Veronal.

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