Amor en cuatro movimientos

Lettre d'amour | Crítica de danza

Pau Arán y Consuelo Trujillo en un momento del poético espectáculo.
Pau Arán y Consuelo Trujillo en un momento del poético espectáculo. / Jordi Vidal

La ficha

*** ‘Lettre d’amour’. Dirección e interpretación: Pau Arán. Asesoramiento e interpretación: Consuelo Trujillo. Dramaturgia: Alberto Conejero. Asesoramiento teatral: Pep Ramis. Música: Chabuca Grande, Arturo Márquez, Olivier Messiaen, J.S. Bach. Escenografía: Stefan Jovanović, Paco Padilla. Iluminación: Sergio Roca, Irene Ferrer. Lugar: Teatro Central, Sala B. Fecha: Sábado 12 de diciembre. Aforo: el permitido.

Tras su paso por el Grec de Barcelona y el Festival de Otoño de Madrid, ha llegado al Teatro Central Lettre d’amour, una pieza cuidada e intimista trabajo, fruto de la interacción de cuatro poderosas personalidades.

La primera, el punto sobre el que han girado las otras tres, es la del poeta peruano César Moro (pseudónimo de Alfredo Quíspez-Asín), con sus cartas y sus hermosos poemas de amor dedicados a Antonio, un amante que, por vivir en México mientras él se movía entre Lima y París, le hizo experimentar todos los matices imaginables de la palabra ausencia.

Las palabras de Moro (1903-1956) originan la partitura de movimientos de Pau Aran, un estupendo bailarín que ha madurado teatralmente en el Tanztheater de Wuppertal, compañía en la que alcanzó a trabajar en los últimos espectáculos -Como el musguito en la piedra, ay sí, sí, sí… fue el último- dirigidos por Pina Bausch antes de su muerte.

Junto al bailarín, Consuelo Trujillo pone su experiencia y su hermosa voz al servicio de los textos y presta su cuerpo -con enorme soltura- para completar la partitura de Arán.

Y el cuarto componente (sin olvidar a Pep Ramis y a otros colaboradores), menos visible, es Alberto Conejero, descubridor del poeta y responsable de la dramaturgia.

En Lettre d’amour, Arán intenta dibujar con su cuerpo las encontradas emociones que, incluso en un mismo momento, puede provocar una pasión amorosa. Por ello, en lugar de fluir pacíficamente, su danza es como un torrente donde sus manos y sus brazos dibujan continuos remolinos que, unas veces lo lanzan río abajo a gran velocidad y otras, sobre todo cuando encuentra algún objeto, o el cuerpo de su compañera, se detiene para rodearlo, abrazarlo… o dejarse abrazar.

A su lado, sin embargo, la palabra toma un camino más convencional. Aún admirando el trabajo de Trujillo, y la importancia que el ritmo posee para Conejero, buen conocedor de Homero y de sus pies métricos, echamos de menos un trabajo de voz menos lineal y más arriesgado. Porque en el amor nada es continuo, ni previsible… y mucho menos fácil

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