Después de un largo y merecidamente exitoso recorrido por festivales (Visions du Réel, Bafici, SEFF), el primer filme de Adrián Orr, gestado durante varios años de rodaje y con una pasmosa complicidad con sus protagonistas, encuentra un no menos merecido estreno comercial en salas para elevar el nivel del cine patrio de la temporada con una mirada poderosa y mucha verdad bajo el brazo.

Niñato se mueve en esa frontera difusa entre el documento y la ficción para adentrarse en el seno de una familia formada por un joven padre, su hija y sus sobrinas, unos niños a los que vemos despertar y desperezarse, desayunar, ir al colegio, hacer los deberes, lavarse y demás rutinas de su edad. En sus ratos libres, este padre en paro se vuelca en su afición, componiendo y grabando canciones de hip-hop, viendo a la que parece su nueva pareja. De las madres de esos niños nada sabemos, tampoco demasiado de esos abuelos que los acogen en un pequeño piso de barrio donde se dejan sentir los estragos de la crisis.

Niñatoescruta esa realidad íntima y esos vínculos con sorprendente (e invisible) cercanía, atenta a los gestos, roces, palabras, silencios y reacciones, ahuyentando casi por completo la sensación de dramatización o puesta en situación de los materiales, condensando la dilatación temporal en un montaje fluido en el que resuenan, sin subrayarse, los temas de la película: cómo ser padre (otro tipo de padre), cómo educar a los hijos, cómo reconducir y combatir el hastío, cómo tirar para adelante, cómo comunicarse y relacionarse con un niño.

Casi al final, en una escena en la ducha con el niño Oro, este trabajoso proceso alcanza una recompensa inesperada. El esfuerzo y la tenacidad, la voluntad de no caer en la imposición de la autoridad adulta, parecen haber dado sus frutos: asistimos desde un rincón privilegiado al nacimiento de un ascendente, de un vínculo poderoso, de un legado en vida.