Pintar lo invisible

Una obra que recrea los 'peines' del Museo del Prado durante la Guerra Civil.
Una obra que recrea los 'peines' del Museo del Prado durante la Guerra Civil.
J. B. Díaz-Urmeneta Sevilla

18 de noviembre 2013 - 05:00

A mediados de los 80, Antoni Muntadas presentó en Madrid y Nueva York una muestra compuesta sólo por marcos vacíos, y basas sin esculturas, aunque con la iluminación propia de cualquier exposición. Veinte años antes Marcel Broodthaers había inaugurado un museo que sólo contenía embalajes vacíos de obras de arte y tarjetas postales de célebres cuadros. Muntadas subrayaba la seducción con que la galería reviste cualquier muestra, y Broodtahers, la estructura no artística del museo. Gloria Martín (Alcalá de Guadaíra, 1980) ha emprendido una reflexión análoga pero hecha con y desde la pintura. Hace año y medio presentó una serie de lienzos que recogían desde los aparatos que regulan temperatura y humedad en el museo hasta marcos y vitrinas vacíos. Quería relacionar el espacio de la obra de arte y el de la exposición: al mostrar el segundo y sugerir el primero pero suprimiendo la obra, hacía consciente al espectador de su expectativa y lo invitaba a imaginar, apartándolo de su actitud pasiva.

Ahora completa aquel trabajo señalando las consecuencias de la guerra sobre arte y museo. Un gran lienzo muestra los peines donde se protegieron obras en el Museo del Prado; otros, una sala del Louvre vacía, una galería del Museo Arqueológico de Madrid apuntalada, un sótano del Prado con cuadros cubiertos con una lona o una vitrina del saqueado museo de Bagdad rota y vacía. Recoge además dos célebres cajones, los que contuvieron las imágenes de la Amargura y la Macarena para preservarlas de su destrucción durante la Guerra Civil. La autora, que lleva al lienzo otro embalaje protector, el de la Victoria de Samotracia, añade en el caso de las dolorosas breves rasgos que indican su peculiar condición: obras de devoción, no sólo de arte.

La muestra, además de estimular la fantasía al invitar a ver lo que se oculta, declara la sinrazón de la guerra, injustificable, como cualquier acto de violencia. Ambos discursos adquieren contundencia por la manera misma con que la autora entiende la pintura: es tan clara y exacta que la desnuda de toda retórica, mientras sutiles deformaciones de la perspectiva acentúan el juego de proximidad y lejanía, ocutamiento y visibilidad. Una pintura que reposa en su atractivo visual, sin renunciar por ello al pensamiento.

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