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Ya lo vimos venir en los Forqué: la infamia de la industria y sus académicos, profesionales e informadores contra Víctor Erice y Cerrar los ojos empezaba una andadura a la que aún le quedaban dos largos meses por delante. Y, en efecto, anoche se consumó la afrenta en Valladolid, en una gala diseñada una vez más a la medida de los tiempos de corrección y la agenda política de Pedro Sánchez. Una humillación, o una auto humillación, para ser más precisos, de todo nuestro cine institucionalizado y, por lo que se ve, sorprendentemente autosatisfecho, a quien, no lo digo yo, lo dice la historia, la crítica o incluso el canon del cine mundial, es nuestro mejor cineasta en activo y el autor de una película que, lejos de vivir en la nostalgia o el ensimismamiento, nos conmueve como amantes no ya de una manera de narrar en vías de extinción, sino de un cine más vivo y emocionante que nunca.
Ya se sabe cómo son estas cosas: no premiando a Erice y a su película, la Academia de los Goya y sus miembros se echan estiércol y purines del agro sobre sí mismos, se desacreditan una vez más como supuestos preservadores y sancionadores del mejor cine español, desaprovechan una nueva oportunidad de prestigiarse, confirman su amnesia y, sobre todo, su ceguera, a la hora de reconocer el magisterio del director de El espíritu de la colmena, El Sur, El sol del membrillo, Alumbramiento, La morte rouge o Vidrios partidos detrás de un nuevo y largamente esperado filme que, de su mano, también tiene las mejores palabras y diálogos, los mejores personajes e interpretaciones, las mejores decisiones de puesta en escena o de montaje y hasta la mejor música que se han visto y escuchado en una película española reciente.
Obviamente, Erice no ganó ningún Goya por sus dos primeros filmes porque por entonces no existían. Pero El sol del membrillo también fue ninguneada en la 7ª edición de 1993 con el pretexto de no tratarse de una ficción y de no haber por entonces categoría documental. La película venía, nos lo recordaban hace poco, de ganar el Premio del Jurado y el de la Crítica en Cannes. Nada nuevo bajo el sol de 2023: en el mismo festival francés en el pasado mayo, Cerrar los ojos ya fue orillada de la sección oficial para quedarse en ese limbo del fuera de concurso del que terminó saliendo aupada y reivindicada por la crítica, que ocasionalmente aún sirve para algo que no sea plegarse a los criterios de los programadores e influencers o los jefes de marketing del nuevo cine de autor.
Desde entonces, el filme protagonizado por un enorme Manolo Solo no ha hecho más que cosechar críticas excelentes en todo el mundo, se ha visto y aplaudido en las salas más selectas, ha encontrado el público a su medida y ha aparecido de manera habitual en los tops del mejor cine del año de las revistas especializadas, de Cahiers a Caimán, de Sight & Sound a Film Comment.
Más inspirado, comunicativo y lúcido que nunca, vean si no en Internet su rueda de prensa en San Sebastián, pero también, y sobre todo, más conscientemente alejado de esa mitología que lo ha acompañado en sus largos periodos de (aparente) inactividad detrás de las cámaras, Erice, quien por cierto no es miembro de la Academia, ha hecho a los 83 años una película de la misma forma que se hace el cine español de este tiempo, en régimen de co-producción y en un presupuesto ajustado, con los actores y técnicos del momento y un puñado de viejos amigos, a una velocidad igualmente estándar que tira por tierra esa leyenda negra que hablaba de un cineasta auto-marginado por sus dinámicas obsesivas y perfeccionistas incompatibles con los productores.
Cerrar los ojos está aquí para recordarnos la excelencia de nuestra mejor tradición cinematográfica, el lugar y el peso de Erice entre los grandes poetas del cine mundial, que pueden contarse con los dedos de las manos. Pero ya se sabe que la poesía no cotiza demasiado en tiempos de Netflix, Javis y relatos ejemplares y didácticos. Supongo que los académicos han limpiado su (mala) conciencia con las nominaciones, el premio menor a José Coronado y la amistosa cita de Méndez-Leite en su discurso. Quizás hubieran preferido darle uno de esos lacrimógenos premios de “honor” a “toda una trayectoria” que entierran el cadáver entre aplausos. Tener que hacerlo ante la evidencia real y concreta de su talento vivo y exultante en competencia con sus blockbusters de autor o sus pequeñas películas de temporada y agenda de actualidad era ya demasiado.
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