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ROSS. 9º de abono | Crítica

De cuerpos celestes y terrestres

Un momento de la interpretación del concierto de Rajmáninov

Un momento de la interpretación del concierto de Rajmáninov / Guillermo Mendo

Largo y exigente este noveno programa de abono que John Axelrod ofreció con la ROSS para demostrar una vez más que el conjunto se encuentra en un momento excepcional. El concierto estaba concebido en dos partes claramente diferenciadas: en la primera dos típicas obras del posromanticismo centroeuropeo; en la segunda, un virtuosístico concierto de piano, dentro de la serie dedicada a Rajmáninov que el conjunto sevillano ofrece en esta temporada. 

Arnold Schoenberg escribió en 1899 Noche transfigurada a partir de un poema homónimo de Richard Dehmel para sexteto de cuerda, pero haría de la obra una versión para orquesta de cuerda en 1919. La música es cromática, honda, de un lirismo que roza lo estremecedor. Y Axelrod y la sección de cuerda de la ROSS ofrecieron de ella una versión inolvidable, de un empaste impoluto, una profundidad esclarecedora y una claridad cristalina. Con un extraordinario cuidado por las voces medias, una extrema sutileza en la administración de las progresiones dinámicas y una tensión siempre sostenida, Axelrod brindó una visión de la obra emotiva, por completo subyugante. En el desvanecimiento final, cuando la música empieza a fundirse con el silencio, momento prodigioso, mágico, un espectador decidió hacerse notar y empezó a aplaudir cuando ni siquiera el último compás había dejado de sonar. Que el cielo lo juzgue.

Una década anterior, Muerte y transfiguración es uno de los poemas sinfónicos más difíciles de Strauss. De la batuta de Axelrod fluyó con una exquisita plasticidad, una magnífica preparación de los grandes clímax que cruzan y articulan la obra y la sección de violas (magnífica toda la noche) ya completamente transfigurada.

El ruso Alexander Ghindin tiene desde luego el virtuosismo que exige una obra como el Concierto para piano nº3 de Rajmáninov. Sus dedos articulan de forma prodigiosa una frase tras otra y su robusto sonido descuella en esas progresiones acórdicas tan características del compositor. Axelrod se puso por entero a su servicio, y de ello resultó un Rajmáninov dominado por el pianismo hercúleo del solista, poco dado a las sutilezas del fraseo o al trabajo en las dinámicas más leves (la obra no se presta demasiado, cierto). El éxito fue por supuesto apabullante.

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