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ROSS. Gran Sinfónico 4 | Crítica

Un Mahler liviano e inestable

Bertrand de Billy al frente de la ROSS

Bertrand de Billy al frente de la ROSS / Guillermo Mendo

Hay muchos Mahlers en Mahler, un compositor poliédrico, muy sensible a las interpretaciones. La que Bertrand de Billy ofreció de la se movió entre una cierta inestabilidad, como si avanzara a impulsos, sin una trabazón ni una visión global definidas, y una apreciable ligereza, que pareció eludir los aspectos más patéticos de la partitura. El primer movimiento fue dominado por una olímpica trompeta desde su arranque (formidable José Forte, por otro lado), el segundo empezó con un punto de fatalidad, que emergía con fuerza robusta desde el metal, pero los violonchelos, que De Billy intercambió de su posición habitual con las violas, aligeraron la tensión (desconozco si voluntariamente), y el movimiento se fue descosiendo hasta un final ingrávido. Las trompas en el Scherzo pueden empezar rascando, pero el maestro parisino las quiso tibias, lo que marcó todo el movimiento, que discurrió con una orquesta compacta, sin demasiado relieve dinámico ni definición de los detalles (salvo los de la trompa, magnífica, de Joaquín Morillo). Luego De Billy pasó por encima del Adagietto, que llevó a un tempo muy rápido, aligerado de tensiones, con un buen legato pero demasiada rigidez métrica. De apreciable claridad el pasaje fugado con que arranca el Finale, que el maestro francés condujo a tirones, con motivos algo deslavazados, hasta un final ligero, grácil y brillante.

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