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Crítica ópera

Regreso a la Andalucía negra

El gato montés. Producción del Teatro de la Zarzuela de Madrid. Intérpretes: A. Gorrotxategi, S. Hernández, Á. Ódena, M. Martín, M. Nogales, R. Amoretti, L. Cansino. Escolanía de los Palacios. Coro de la A. A. Teatro de la Maestranza. Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección musical: C. Soler. Dirección de escena: J. C. Plaza. Escenografía e iluminación: F. Leal. Figurines: P. Moreno. Lugar: Teatro de la Mestranza. Fecha: Lunes, 6 de mayo. Aforo: Casi lleno.

No conseguimos salir de los tópicos, ni siquiera en el terreno lírico, por lo que se ve esta temporada. No fue bastante la andanada de falsas andaluzadas de la zarzuela última y aquí nos vemos de nuevo ante esa falsa e inventada habla andaluza, como un batua sureño, adornada de originalidades tales como gitanas, toreros y bandoleros. Es un sambenito que habremos de llevar a cuestas aún durante mucho tiempo (gracias a Canal Sur, entre otros), por más que esté más que demostrado que en estas tierras ha habido y hay creatividad y originalidad artística muy por encima de los tópicos. En este caso que nos ocupa todo ello se ve acentuado por un libreto de imposible dramaturgia, lleno de anacolutos y de puntos muertos y que no sabe encontrar el acento trágico entre tanto entramado autorreferencial y entre tanto cliché. Pero si encima la propuesta escénica lo emborrona todo, como aquí ocurre, entonces es para cerrar los ojos y dejarse llevar por los momentos en que la música consigue coger algo de vuelo.

José Carlos Plaza ha conseguido con esta producción superar en oscuridad y simplismo ramplón a su desdichado Fidelio de hace unos años. Resulta ridículo escuchar cantar a la sol y la luz de Sevilla en un escenario negro como la testuz de un miura y con unas luces de depósito de cadáveres. Tres escalones, un tronco que viene y va y un enorme espejo con vírgenes, toros y trastos de matar en su marco y ya está, ésa es toda la escenografía, siempre nocturna, de esta ópera. El colmo del ridículo fue la pantomima, tipo teatro negro versión cutre, de la corrida en algo que más se parecía al Coliseo de Roma que a la Maestranza.

Menos mal que en el apartado musical todo fue más luminoso y brillante. Salvo en un mortecino preludio al segundo cuadro del tercer acto, Soler dirigió con ritmo y brío a una orquesta que no tuvo que emplearse a fondo para cubrir el expediente. Gorrotxategi cantó con energía y entrega, pero la emisión está agarrotada y engolada y sólo corre bien del forte para arriba, donde se despliega con contundencia. Gran voz la de Saioa Hernádez, ancha y potente a la vez que expresiva, con ciertas tiranteces en el agudo. Como siempre, inmenso Ódena, apabullante de volumen y de intensidad en el fraseo. Marifé Nogales sedujo con su canto natural, su timbre sedoso y la suavidad de su fraseo. Bien Milagros Martín, algo corta de proyección y magnífico Amoretti, rara voz de bajo cantante perfectamente emitida, al igual que la de Cansino. Estupendos los solistas del coro, así como el resto de sus compañeros.

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