Viaje imaginario | Crítica
Un virtuoso barroco
Obituario | ROBERTO REINA
Falleció Roberto Reina. No logró superar los problemas surgidos tras una intervención quirúrgica. Con Roberto se nos va un pintor, escritor y poeta, pero sobre todo un sabio y hábil conversador, algo que se echa de menos en estos tiempos de redes sociales y comunicación tan abundante como comprimida.
Roberto Reina nació en Sevilla, en 1940. Vino al mundo en el entonces Pabellón de Bellas Artes, hoy Museo Arqueológico. Decía con humor que estaba predestinado desde su nacimiento.
Nietszche desconfiaba del artista o el pintor que hacía su obra pensando en un destinatario, fuera individual o colectivo. Temía que al proceder así, el artista dejaba de ser tal porque se acercaba en exceso al actor. En vez de inventar o crear, tal vez se limitaran a revestir un personaje. Roberto Reina no corrió ese riesgo. Pintó, grabó y escribió siempre para sí mismo, en su estudio, enclave de meditación y trabajo cercano a la calle Recaredo.
Recordamos sus exposiciones recientes: en el Colegio de Arquitectos y antes en la Casa de la Provincia. Más cerca, hace apenas unos meses, contribuyó a la muestra de la galería Rafael Ortiz con un breve A la manera de Magritte: un paisaje colgado dentro de un paisaje mayor, cruzado por las nubes. En estos días puede verse otra obra suya, quizá de juventud pero potente. Con ella concurrió al homenaje que la Casa de la Provincia dedica a D. Miguel Pérez Aguilera.
Hay un innegable paralelo entre D. Miguel y Roberto: compartían ambos el valor de la educación y la necesaria atención a la formación artística. Roberto fue profesor de la Escuela de Artes y Oficios, dio clases en el Colegio San Francisco de Paula y con José Luis Pajuelo y Luis Montes preparó a muchos jóvenes para el ingreso en Bellas Artes o para surcar los primeros cursos de Escuelas Técnicas Superiores.
No hay que olvidar este menester, silencioso, con frecuencia olvidado. La educación en arte afina la sensibilidad y ordena la inteligencia, dos capacidades de las que nunca se está lo suficientemente sobrado.
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