Rocío Márquez | crítica

¿Dónde se fue el tiempo?

  • Rocío Márquez puso en la noche del viernes un deslumbrante broche de oro al Festival de las Tres Culturas

Rocío Márquez en el Festival de las Tres Culturas

Rocío Márquez en el Festival de las Tres Culturas / Ramsés García

Hay momentos en los conciertos de rock en los que el guitarrista se viene arriba y gira el botón de su ampli hasta el once, haciendo que todo se derrumbe a tu alrededor. Un momento como ese fue el que ocurrió cuando Rocío Márquez tiró de su voz aún más para arriba en el quejío final de las rondeñas de Menese y el tiempo se paró. Con ese cante actualizó la poesía dura y testimonial de Moreno Galván para seguir derramando verdades en el texto de Antonio Orihuela, el poeta de Moguer, que Rocío convirtió luego en romance, a ratos cantao, a ratos recitao, pero en todo momento sentío; profundamente sentío. Y para alivio de los ojos arrasados, tirititrán, tran, tran, como relucen los ojos como dos soles y un final por caracoles que hizo que allá arriba Antonio Chacón le diese un codazo cómplice a Manuel Pavón, riéndose los dos de los que dicen que la niña no sabe cantar. Si el recital de Rocío era magnífico hasta entonces, en este cuarto de hora fue sublime.

Fue ese el mejor momento para invitarnos a que reconociésemos los enormes méritos de su guitarrista, Miguel Ángel Cortés, que respondió entregándose por completo en la inmensidad de su toque acompañándola en las seguiriyas del Agujetas. Sus falsetas fueron poesía flamenca todavía más bella que la que desgranó introduciendo antes los tangos, que empezaron por Lebrija y acabaron por Granada porque, como Rocío nos dijo, Graná por tangos es punto y aparte y esa es la tierra de Miguel Ángel.

No se robaban protagonismo la voz y la guitarra, fue una perfecta unión. Fue la suya una manera sutil de complementarse para que las cuerdas no rompiesen el melisma cuando Rocío concluyó las serranas de Silverio con un cante abandolao, ni cuando una ráfaga corta de fandangos del Alosno se convirtió en unas peteneras que glorificaron a la Niña de los Peines. Miguel Ángel fue también quien tendió el puente en el que se nos cayó el alma a pedazos cuando lo cruzamos desde las tarantas acompañadas por mineras que Roció comenzó a un lado para terminarlas al otro con el poema de Miguel Hernández que Morente metió en su día por cantes de levante. El maestro granaíno estuvo anoche muy presente; no solo en los tangos anteriores, también  en el Chiquilín de Bachín, un tango argentino al que él le cambió el ritmo de vals por el de bulerías, con el que Rocío abrió la noche, en una recepción algo fría que no recibió los oles y los cálidos aplausos que fueron ya factor común a todos los cantes que siguieron a las serranas de después.

Los cantes de ida y vuelta estuvieron presentes con la guajira en la que Rocio mezcló letrillas de habaneras; la ruptura de los cánones, en los cuplés por bulerías del final: Me embrujaste y Se nos rompió el amor, hechos uno como en su disco de Visto en el Jueves. Y una apoteosis que les hizo volver para, de pie, regalarnos unos fandanguillos del Carbonerillo rematados por el mismo palo con el himno de Julián Estrada a la tolerancia, el respeto y la comprensión.

No pudo ser mejor el final del Festival de las Tres Culturas, organizado por la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo junto a la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales y la colaboración de la Fundación La Caixa, para dar valor al importante legado musical que supone la convivencia de las tradiciones sefardí y andalusí con el flamenco. Ana Alcaide, la primera noche, e Iman Kandoussi, la segunda, ya nos habían deslumbrado con sus voces y mostrado el compromiso que mantienen con sus cantes, de la misma forma en la que Rocío Márquez lo hizo en la noche final.

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