Sala Cero: el poder de lo pequeño

Ángel López y Elías Sevillano dirigen el teatro de Santa Catalina, referente de la comedia contemporánea · El reciente premio de la Unión de Actores de Andalucía avala la trayectoria de un espacio de enorme potenciall Sala Cero. Calle Sol, número 5. Santa Catalina. Tlfo.: 954 22 51 65. www.salacero.com

Elías Sevillano y Ángel López, en las instalaciones de la Sala Cero.
Elías Sevillano y Ángel López, en las instalaciones de la Sala Cero.
Patricia Godino / Sevilla

27 de diciembre 2008 - 05:00

Un físico y un matemático que viven del teatro: así se presentan Ángel López y Elías Sevillano, los directores de la Sala Cero. Su historia tiene, por una parte, mucho del idealismo que nace en los grupos de teatro universitario, donde se conocieron y formaron como actores; y por otra, un empeño decidido por crear, desde Sevilla, un espacio para los nuevos autores de la comedia contemporánea.

Sala Cero Teatro nació en noviembre de 1999 en un pequeño espacio de la calle Miguel Cid, cerca de la antigua Sala Imperdible, con aforo para sólo 62 espectadores. "Nos dimos cuenta del potencial de público que tenía Sevilla y que faltaban lugares de difusión para las producciones de pequeño y mediano formato", explican. "Al principio, ejercíamos una autoexplotación impuesta, pero confiamos en nuestra oferta, una combinación de nuevos autores con consagrados de la comedia", dicen.

Ahora en la calle Sol, en un espacio para 172 personas al que se mudaron en 2005, celebran diez temporadas en activo y el reciente premio otorgado por la Unión de Actores de Andalucía por su contribución a la mejora del sector de las artes escénicas. Han sido los mismos afiliados de la asociación los que han valorado el apoyo que esta sala ha prestado a muchas compañías que han crecido de forma paralela a este pequeño teatro. Nombres como Bastarda española, con obras como Estrella Sublime; la compañía Niños perdidos con su musical Vagón de cola; Síndrome Clown o el mismo Alex O'Dogherty que estrenó aquí el popular monólogo ¿Y tú de qué te ríes?, tienen en la Sala Cero su casa, donde estos días Las Síndrome representan Cinco horas sin Marío (desde hoy al 30 de diciembre; además de 2, 3 y 4 de enero). Una casa que se ha montado "no sólo de romanticismo teatral sino también gracias a una formación continuada como gestores culturales", apuntan.

Desde el principio, definieron dos líneas de trabajo: por un lado el centro de producción y distribución bajo el nombre de Producciones Circulares y por otro el espacio escénico. Disfrutan del apoyo de las administraciones públicas, que "garantiza la calidad de su programación" y aseguran que, no sin esfuerzo, "el poder público se ha dado cuenta de la importancia de las salas pequeñas", dice Ángel, al tiempo que matiza que eso de "salas alternativas" ha quedado obsoleto porque "es un término que remite a los 80" para diferenciarse del teatro oficial. "La Imperdible, La Fundición o nuestra sala han fortalecido el tejido teatral sevillano -defiende Elías-. Atraemos público, generamos negocio y trabajo y ya empieza a calar el concepto de industria cultural". Aquí no caben las competencias. Estos socios defienden el hecho de que estos espacios son "salas complementarias no rivales. La competencia es el fútbol u otras formas de ocio, pero nunca el teatro. Debemos vender Sevilla como ciudad cultural y de hecho venimos reclamando desde hace tiempo una mesa en la que poder planificar programaciones entre todos los implicados".

La respuesta la tiene el público. Y pese a la incertidumbre económica, dicen que cierran el año con buenos datos: el curso pasado pasaron por su sala unos 29.000 espectadores. ¿Y la tan temida recesión? "Como el sector siempre está en crisis, ésta nos la tomamos como una más", bromean con notable optimismo. Lo que sí creen es que 2009 propiciará "una limpieza de aquellas compañías con poca estructura", no en vano, dicen, "en Andalucía había una superproducción teatral y no todo tenía calidad". Así, defienden la formación desde niños de los espectadores del futuro y, sobre todo, el poder terapéutico de la carcajada. Aún más en tiempos de crisis.

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