Seguridad salina

El quinto disco del guitarrista almeriense Niño Josele se ajusta más a los cánones flamencos contemporáneos que sus dos entregas anteriores, de corte jazzístico.

El tocaor, durante un recital en el Teatro Alhambra de Granada.
El tocaor, durante un recital en el Teatro Alhambra de Granada.
Juan Vergillos

10 de junio 2012 - 05:00

El mar de mi ventana. Niño Josele. Con Paco de Lucía, Tomatito y José Enrique Morente. Warner/Dro

La soleá debía haber estado acompañada por la voz y ahora está sola. Muy rítmica y, no obstante, dotada de esa seguridad salina característica del toque de Josele. La melodía es tan deliciosa que hasta resulta superfluo el acompañamiento de nudillos y palmas sordas. Tan flamenca: sobre la rueda de acordes tradicional se suceden las melodías, saltarinas, columpiadas sobre el bordón, estrictamente modales. En el último minuto y medio las variaciones melódicas surgen del arpegio hacia otros territorios melódicos más pop. Esta soleá fue concebida para la voz de Enrique Morente.

La minera es el único toque de puro concertismo solista de este disco. Lírica y solar y con la tensión propia de las técnicas flamencas: ligados, pulgar, picados... temperamento, en fin. Josele no renuncia a progresiones melódicas más cantables, pero sin apartarse del sentido tradicional de este toque, fundado por Ramón Montoya, de quien asume el despliegue técnico que lleva a cabo. Claridad salina, serenidad. Las notas se suceden con naturalidad, sin atropellarse. Fluidez y contemplación. Sin duda lo mejor del disco.

El resto de esta obra es puro ritmo: bulerías, tangos y rumbas, los dos primeros estilos por partida doble y el la rumba representada por tres toques. La primera bulería, dedicada a Chick Corea, es frenesí, tenso, seco y algo distante, un mano a mano con Tomatito en la más pura tradición paquera. En la segunda, Dulce canastera, el contrapunto lo pone el bajo de Carles Benavent. Es un toque con estribillo masculino y cante, más tranquilo, más pausado con abundantes usos de la tonalidad mayor. El guitarrista comparte protagonismo con la voz desgarrada de Duquende. En esta misma onda de estribillos y soniquete, los tangos Luna mora. Una descarga contundente con el enérgico bajo eléctrico de Alain Pérez y la voz sentimental de Lola de Morón. La sombra de Paco es alargada. Granada enamora es una canción por tangos paraos de letra más bien convencional y protagonizados, en lo vocal, por José Enrique Morente. El estilo de este joven cantaor granadino está más cerca del de su hermana mayor que del de su padre, demostrando un enorme dominio rítmico en el comienzo de la pieza. Las hermanas del cantaor, Soleá y Estrella, ponen las voces en los estribillos.

Tanto Paco de Lucía hay en este disco, que al final aparece la guitarra del genio algecireño: se trata de una rumba titulada Caribeña. Paco lleva años sin ofrecernos un disco nuevo, pero se prodiga en un buen número de grabaciones ajenas. Nada más aparecer la guitarra del de Lucía la pieza se llena de luz, de pulcritud. Hubiese resultado un número genial de ser un puro dúo de guitarras. La percusión y el bajo cubanos son de compromiso. Tomado de forma aislada, el tema arpegiado con el que se inicia la pieza, en tonos mayores, es de las más billantes melodías que presenta esta obra. Nos recuerda al Monasterio de sal.

Y, con tener citas directas, hay continuas referencias a pregones soneros tradicionales en el poderoso tumbao. Es una inyección de vitalidad y fuerza. Por los mismos aires caribeños Valgame asere introduce sin complejos los vientos en el tema principal y los arreglos, en un guiño a los dos últimos discos, más jazzísticos, del guitarrista. En esta onda se sitúan las variaciones de saxo tenor y bajo eléctrico, todas ellas en un tono de gran vitalismo, que dan la réplica a las de guitarra. El frenesí se ve reforzado por los pies de Juan de Juan. La melodía de Cabo de Gata es muy parecida a otras de la guitarra contemporánea que nos ofrecieron José Antonio Rodríguez o Vicente Amigo, o el propio Josele en El sorbo (2000).

Este último disco, firmado a cuatro manos con Javier Limón, sigue siendo el mejor del Niño Josele, pese a los que luego nos ha brindado en solitario. El sorbo es uno de los fenómenos musicales del flamenco contemporáneo que, no obstante, pasó de puntillas. Una obra fresca, naïf y mágica, lejos de los tics profesionales que luego han afectado a Limón y Josele en sus respectivas carreras.

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