A Tristán e Isolda les aplican un ‘ERE’
El 22 de mayo de 2009 se representaba por vez primera en Sevilla, en versión escénica y musicalmente completa, la ópera Tristán e Isolda, de Richard Wagner, una de las cumbres del romanticismo y, en general, de la historia de la lírica. Los espectadores que, minutos después de concluir la función, saludaban emocionados al director Pedro Halffter, exhausto tras dar vida a la monumental partitura, eran conscientes de vivir un acontecimiento cultural en Andalucía. La culminación a veinte años de paulatina incardinación de la ópera en la agenda cotidiana de las principales capitales andaluzas. La recuperación de lo que fue habitual en los teatros hasta la guerra civil, la normalización respecto a lo que es moneda corriente en las ciudades europeas equiparables a Sevilla, Córdoba, Jerez o Málaga por población y peso específico. Pero, con la crisis, el auge de la ópera en Andalucía puede tener en el memorable Tristán e Isolda del Maestranza su canto del cisne.
El Teatro Villamarta de Jerez es el mejor ejemplo español de espacio escénico que hace de la necesidad virtud para mantener una programación muy estimable tanto de ópera como de zarzuela. No recibe ni un euro del Ministerio de Cultura, que sí apoya la oferta lírica en Oviedo, Las Palmas y La Coruña. Y, pese a ello, ha exhibido buenos montajes que han catapultado a la nueva generación de cantantes españoles. Prueba de ello son espectáculos como el Macbeth de Verdi, dirigido teatralmente por José Luis Castro. Pero la desastrosa situación económica del Ayuntamiento jerezano, con una plantilla laboral hiperinflada e insostenible, pone en riesgo el prestigio labrado por el Villamarta durante catorce temporadas y condena al teatro a renunciar sine die a la producción de espectáculos operísticos.
En Málaga, el Ayuntamiento mantiene por el momento su respaldo al Teatro Cervantes y a la Filarmónica local. Con profusión de cantantes españoles (Miguel Ángel Zapater, Jorge de León, Josep Bros, Isabel Rey...), da ejemplo de vertebración andaluza al exhibir una Carmen creada en el Villamarta de Jerez.
En Córdoba, el Gran Teatro mermó su oferta para incluir en la temporada 2009-2010 solamente una ópera (La italiana en Argel, de Rossini) y una zarzuela (El rey que rabió, de Chapí). Lejos queda el esplendor que le confirió Francisco López cuando dirigía el teatro cordobés, convirtiéndolo en centro de producción lírica, con montajes que después eran exhibidos en otras ciudades españolas.
Jaén ya ha sufrido la reconversión de las expectativas operísticas en una cartelera local. La construcción del teatro Infanta Leonor las había acrecentado. Pero en la presente temporada han de conformarse con cuatro recitales líricos y una ópera representada escénicamente, Rigoletto.
Mayor interés tiene la reivindicación de un teatro de la ópera en Granada. Buena parte de sus estamentos culturales y universitarios empujan desde hace muchos años en esa dirección, para que la música no sea solamente un icono de la ciudad durante las semanas de junio y julio en las que se celebra el festival internacional fundado en 1952. Dicho teatro redundaría en la expansión del propio certamen y en el salto cualitativo de la Orquesta Ciudad de Granada. Planteado con el objetivo de tener 1.500 localidades, el concurso de ideas fue ganado por el estudio del arquitecto japonés Kengo Kuma. Hay un pacto entre la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento granadino para que esté concluido en 2012. Para cumplir la promesa mucho tendrá que priorizarse, en las pugnas cainitas de la política andaluza, dada la restricción presupuestaria por los agobios fiscales y financieros de las administraciones. Y, una vez consumado ese reto, queda el más difícil para cualquier iniciativa cultural: llenarlo de contenido a diario. Es la previsión que siempre se le olvida al político de turno, muy interesado en el acto de inauguración, en cortar la cinta, y en que su nombre quede inmortalizado en la placa conmemorativa.
Capítulo aparte merece la paradójica situación del Teatro de la Maestranza. Después de invertirse en él diez millones de euros para dotarlo, desde la parte trasera del edificio, de los espacios y equipamientos técnicos que le faltaban para ser una maquinaria escénica homologable a los teatros modernos (consecuencia de la indecisión del proyecto original impulsado a contrarreloj de la Expo 92, a medio camino entre el auditorio sinfónico y el teatro, en otro ejemplo de falta de perspectiva adecuada que obliga a la postre a gastar más dinero), el Ayuntamiento de Sevilla se apea de los planes estratégicos pactados con el Ministerio de Cultura, la Junta de Andalucía y la Diputación, y decide sobre la marcha que le recorta en 1.900.000 euros su aportación al Maestranza y a la Sinfónica de Sevilla. Un mazazo, que tiene su origen en la pésima situación económica del Consistorio hispalense, y que va a producir una involución en el coliseo lírico de referencia en Andalucía. Hasta la fecha, el único que programa obras del siglo XX y de autores alejados del verismo decimonónico. El único que incorpora con naturalidad títulos de Richard Strauss, de Schreker, de Zemlinsky, de Janacek, de Poulenc, de Busoni y de otros compositores que ya son clásicos. El único que está recuperando el repertorio barroco, contando con la pujante Orquesta Barroca de Sevilla. El único en el que suena la música de un creador andaluz actual como José María Sánchez Verdú, brillantemente afincado en la vida cultural de Berlín. El único con disponibilidad para contar en los elencos con figuras internacionales, como el director de escena Giancarlo del Mónaco, cantantes como María Guleghina y otros muchos.
La miopía del Ayuntamiento de Sevilla, de proporciones históricas, porque desmocha la capacidad del Maestranza para atraer al público de otras ciudades, también perjudica al resto de Andalucía. Si al referente se le baja a la fuerza el listón de autoexigencia, intentando compararse con Madrid, Barcelona y Valencia, en el resto de la comunidad autónoma la tentación es cubrir el expediente con faena de aliño. Mientras tanto, todo el mundo se hace la pregunta del millón: ¿cuándo tendrá la vida cultural andaluza la misma consideración de intocable que Daniel Barenboim, cuyos proyectos musicales reciben en 2010 del Gobierno andaluz 2,4 millones de euros, un 60 por ciento más que en 2009?
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