Via Injabulo | Crítica de danza

La nueva danza de la lejana África

Los bailarines de Via Katlehong en una escena del espectáculo Via Injabulo.

Los bailarines de Via Katlehong en una escena del espectáculo Via Injabulo. / F. Couvreur

Hace apenas quince días llegaba por primera vez al Central un trabajo del portugués Marco da Silva Ferreira. Una pieza muy portuguesa, pero con todo el poso tribal que las colonias africanas dejaron en nuestro país vecino.

Ahora, da Silva, que nunca había visitado Sudáfrica ni conocía las comunidades sudafricanas de Portugal aunque su danza se nutre de fuentes afroamericanas (popping, house dance, kuduro, Clubbing…) , regresa como invitado de una compañía sudafricana.

Via Katlehong, en efecto, fundada en 1992 por Buru Mohlabane y Steveen Faieni en la ciudad de Katlehong, en el East Rand —una conocida zona de guerra durante los levantamientos de 1980 en Sudáfrica— cuenta hoy con una escuela de danza comunitaria y una compañía centrada en la danza isipantsula, un término procedente del zulú que significa “caminar con las nalgas hacia fuera”.

Via Injabulo (alegría en zulú), el espectáculo que Via Katlehong ha traído a Sevilla y que lleva girando desde su estreno en el Festival de Aviñón en 2022, está formado por dos coreografías.

La primera, la que firma da Silva Ferreira, es førm Inførms y en ella se mezclan sabiamente toda la energía y la vitalidad de las danzas africanas, encarnadas en ocho bailarines (cuatro mujeres y cuatro hombres), con la danza contemporánea y con una dinámica y compleja coreografía que, sin ocultar las distintas personalidades, realmente marcadas, va ocupando el espacio –un cuadrilátero de linóleo blanco- haciendo y deshaciendo grupos en distintas direcciones al son de una base rítmica y una melodía casi de fanfarria que se repite hasta el infinito. Así hasta que un bailarín nos ofrece un solo digno de Fred Astaire y entre todos comienzan a levantar el linóleo blanco para preparar la segunda parte del espectáculo.

Un auténtico placer ver la increíble energía y las cualidades técnicas de unos cuerpos completamente diferentes, ya menudos, ya fuertes y poderosos, y la capacidad expresiva que demuestran en todo momento, especialmente en la segunda coreografía del espectáculo, firmada por el coreógrafo franco senegalés Amala Dianor.

En Emaphakathini, que así se llama la pieza (‘entre medios’, en zulú), Dianor busca nuevos espacios mixtos capaces de unir la danza tradicional de los poblados con las danzas urbanas actuales y, para ello, nos sitúa en una especie de verbena en la que los bailarines, que llegan mejor vestidos y con grandes neveras de plástico, dan rienda suelta a su espontaneidad interactuando con el público o sentándose a beber un refresco.

Una especie de caos en el que todos pueden mostrar su individualidad y, al mismo tiempo, unirse a otros, o a todos, en unas fantásticas secuencias de pantsula –estilizada y matizada por Dianor- de una velocidad endiablada. Un maravilloso ejemplo de vitalidad y una pequeña muestra de lo que mucho que África puede aportar a la danza contemporánea actual.

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