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JOSETXU OBREGÓN | CRÍTICA

El laberinto del violonchelo

Josetxu Obregón en San Luis.

Josetxu Obregón en San Luis. / Lolo Vasco

Desde el basso di violino al violonchelo moderno el recorrido fue tortuoso, con derivaciones y cursos ya perdidos como los del violone, la viola pomposa, el violoncello piccolo o el violoncello da spalla.

A describir con sonidos esa evolución, tomando como aguja de marear las suites de Bach (las cinco primeras, porque la sexta está escrita patra un instrumento diferente con cinco cuerdas y afinación diferente) y ubicándolas en el contexto de la música compuesta para el chelo con aterioridad o por algunos coetáneos, estuvo dedicado este brillante concierto de Josetxu Obregón, aderezado con sus esclarecedoras y ajustadas explicaciones.

Obregón fue desgranando una suite imaginaria con fragmentos de Bach entremezclados con los de sus precedentes y adláteres, con un muy estudiado sentido de interacción entre las obras, que se iban explicando las unas a las otras mediantes relaciones de parentesco diversas. Obregón supo distinguir estilísiticamente las piezas del genio de Eisenach de las demás mediante difererentes gradaciones de color, dejando los sonidos más densos y profundos para Bach, con especial hincapié en la rotundidad de las notas de la cuerda de Do con las que se culminan muchas frases (Sarabande de la suite nº 5), mientras que para las músicas precedentes del XVII optó por sonidos más livianos, con menos presión en el arco y con mayor atención a detalles articulatorios propios del stile passeggiato, con estupendas disminuciones y notas picadas. En todos los casos la ornamentación fue muy sobria, especialmente en un Bach austero en esta materia, pero rico en acentuaciones, en flexibilidad en el tempo y con todas las repeticiones prescritas.

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