Fauré y los otros

Bustamante & Arauzo | Crítica

Alejandro Bustamante y Patricia Arauzo en el Espacio Turina / Micaela Galván

La ficha

BUSTAMANTE & ARAUZO

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Música de Cámara en Turina. Alejandro Bustamante, violín; Patricia Arauzo, piano.

Programa:

Gabriel Fauré (1845-1924): Sonata para violín y piano nº1 en la mayor Op.13 [1876]

Enrique Granados (1867-1916): Sonata para violín y piano H.127 [c.1908] / La maja dolorosa I [Doce tonadillas en estilo antiguo H.136; 1915] [transcripción para violín y piano] / El majo discreto [Doce tonadillas en estilo antiguo H.136; 1915] [transcripción para violín y piano]

Federico García Lorca (1898-1936): Nana de Sevilla [1931] [transcripción para violín y piano]

Francis Poulenc (1899-1963): Sonata para violín y piano FP 119 “en memoria de Federico García Lorca” [1943]

Lugar: Espacio Turina. Fecha: Jueves 1 de mayo. Aforo: Un cuarto de entrada

Un programa construido en torno al amor y la muerte –el mismo que han recogido en su reciente álbum Liminal, disponible en plataformas digitales– fue el que presentaron estos dos músicos actualmente afincados en Sevilla y con una trayectoria de trabajo conjunto de doce años. La Sonata nº1 de Fauré sirvió como pórtico ideal de este itinerario de emociones contenidas y pulsaciones sutiles, y fue, en mi opinión, la obra más lograda de la velada, tanto por su profundidad expresiva como por el equilibrio formal alcanzado. Compuesta en la juventud del autor pero cargada de una madurez emocional de impactante hondura, fue interpretada con solidez y evidente compenetración, a pesar de que Bustamante tardó unos compases en estabilizar la afinación. En esta complicidad bien asentada, se percibe también cierta asimetría: aunque el violinista madrileño encontró pronto una línea firme y segura, su fraseo y su control dinámico resultaron algo rígidos. No alcanzó ese grado de flexibilidad ni esa capacidad de detener el tiempo que Patricia Arauzo ha demostrado tantas veces y volvió a evidenciar aquí. En sus manos la música se despliega, respira con una fluidez natural y un sentido memorable del tiempo y del espacio.

La Sonata de Granados se abordó desde un enfoque marcadamente romántico, dejando en segundo plano las atmósferas más evanescentes y fauréanas que también habitan la obra. El sonido de Bustamante, incisivo y con tendencia al énfasis, orientó la interpretación hacia un dramatismo más explícito. Las dos canciones del propio Granados y la Nana de Sevilla de Lorca formaron un tríptico de transición, muy bien concebido y ejecutado hasta esa sorprendente Sonata de intenciones descriptivas de Poulenc, que dedica a la memoria de Lorca con disparos en los pizzicati del violín y la caída final de un cuerpo pesado desde los graves del piano. Dramático, sí, pero musicalmente inane.

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