Dos sonatas, dos autores, dos músicas

ALMACLARA | CRÍTICA

Policinska y González Calderón ante el reto ultrarromántico
Policinska y González Calderón ante el reto ultrarromántico / Federico Mantecón

La ficha

****Programa: Sonata para violín y piano (versión para violonchelo) en La menor, op. 34, de Amy Beach; Sonata para violonchelo y piano en Sol menor, op. 19, de Sergei Rachmaninov. Violonchelo: Beatriz González Calderón. Piano: Marta Policinska. Lugar: Sala Cero. Fecha: Miércoles 26 de noviembre. Aforo: Tres cuartos.

Apenas cinco años separan a estas dos soberbias sonatas, de 1896 la de Beach, de 1901 la de Rachmaninov. Comparten el espíritu del Romanticismo que no quiere marcharse, que grita que aún tiene cosas que decir a pesar de las nuevas olas, de los nuevos aires, de las nuevas armonías. Son, a su manera, dos maravillosos cantos del cisne romántico, dos despedidas de una manera de entender la música como la expresión de los sentimientos más contrastados del corazón, con su pizca de sobresentimentalidad, pero que en manos elegantes como las de la americana y el ruso se convierten en dos momentos de belleza y de pasiones.

Tienen mucho valor Beatriz González y Marta Policinska con un programa así, tan exigente en todos los aspectos (técnicos y expresivos) para ambas. Pero mereció la pena asumir el riesgo porque ha resultado ser el concierto más intenso y redondo de los que les he escuchado. Salvo en el arranque del Scherzo, de Beach, con afinación dubitativa por algunos segundos (quizá el paso del violín al chelo ponga en aprietos en el registro sobreagudo), la violonchelista estuvo sobresaliente en la defición del sonido, con un registro grave de una carga emocional imponderable. Fraseo pasional, casi en llamas, con dulzura y delicadeza, al igual que Policinska que, con su técnica de pedal aportó color y matiz a su complicada parte. Tanto en el Largo con dolore de Beach como en el Andante de Rachmaninov emergió el más delicado y poético legato en las manos de Beatriz González, sin añadidos amanerados, con los portamentos imprescindibles en los momentos justos. Por su parte, Policinska brilló con gran intensidad especialmente con la obra del ruso, sumamente demandante para la pianista, pero que ella convirtió en un dechado de precisión y de intensidad, como en el arranque entrecortado del Allegro scherzando. Sin olvidar la discreción pero eficacia expresiva de su rubato en el tercer tiempo. Ambas navegaron por un mar de intensidades dinámicas perfectamente administradas y ensambladas, con crescendi tan bien llevados en el tiempo como el del Largo con dolore de Beach.

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