Arte

El arte como fotografía

  • Una muestra de Cajasol explora las posibilidades de la imagen para arrojar luz sobre aquello que se oculta o para destapar lo que se relega a un segundo plano

Uno de sus inventores, Fox Talbot, calificó a la fotografía de lápiz o pincel de la naturaleza (nuestro término, pincel, y el inglés, pencil, tienen la misma raíz latina). No hizo con ello ningún favor a su hallazgo. Al contrario: propició que más de un pintor buscara en la fotografía remedio para su torpeza y, así, las fotos se hicieron y miraron con los mismos criterios que el arte tradicional. Gran parte de la ya larga historia de la fotografía (pronto bicentenaria: los primeros logros de Niépce datan de 1818) consisten en salir de la tutela de aquellas formas artísticas: pasar, como dijo Benjamin, de la fotografía como arte al arte como fotografía, es decir, dejar la senda de la plástica tradicional y buscar qué arte puede lograr la fotografía.

Esta exposición muestra algunas de esas posibilidades. Las fotos pueden enseñar aquello que nuestra cultura oculta o relega a un discreto segundo plano. Así, Matt Packer (Carmarthen, UK, 1978) fotografía los residuos, amontonados en la calle, que genera una pista de hielo, mientras Gert Jan Kocken (Ravenstein, Holanda, 1971) levanta acta de la intolerancia: libros censurados e imágenes quebrantadas por quienes creían que así suprimirían el pasado y vaciarían la memoria.

Los trabajos de Sven Johne (Bergen, Alemania, 1976) y Javier Ayarza (Madrid, 1961) buscan justamente despertar de diversos modos la memoria. Con cuidadas imágenes del mar, Johne rememora diferentes naufragios, el del Savannah, pionero de los buques de vapor, o el del Ideal II, que lo fue del transporte de contenedores, e incorpora la historia del desastre salpicada de detalles. A esta obra se añade Vinta, una isla alemana en el mar Báltico, hoy deshabitada, que fue escenario de intentos y aventuras casi todos frustrados: escuetas imágenes del paraje y los protagonistas se unen a la narración de los hechos.

La propuesta de Ayarza, La estrategia del avestruz, nos toca más de cerca. Sus imágenes, sencillas y enigmáticas, oscilan, en apariencia, entre el picnic de fin de semana y los trabajos previos a una urbanización. Ni lo uno ni lo otro. Sólo son fotos de quienes tratan de encontrar a familiares asesinados en la Guerra Civil o la posguerra. En ellas, a diferencia de las de inauguraciones o investigaciones judiciales, no hay representantes del Estado (uniformados o no) ni cámaras. Sólo la presencia, casi doméstica, de personas que desean recuperar los restos de aquéllos a quienes perdieron. Son imágenes de una ausencia, la del Estado, que mantiene una casi impasibilidad, ante los desafueros de quienes, también en nombre del Estado, suprimieron sin más vidas humanas.

También desorientan de entrada las fotos de Ulrich Gebert (Múnich, 1976): ¿qué hacen y dónde están esos hombres que pululan en torno a misteriosas furgonetas blancas en plena noche? El título, Amérika, que alude a una narración de Kafka, puede despistar. Porque el paraje es Valencia, los hombres son inmigrantes y las furgonetas son de aquellos que, como ocurría en ciertos enclaves de algunos pueblos, van a elegir mano de obra barata para la cosecha, en este caso de cítricos. Aquí no hay ausencias, sino presencias muy claras aunque de algo que, aunque se vea, apenas se conoce. Las fotos propician tal conocimiento, como ocurre también con la obra de Ana Ferrer (Tarrasa, 1974): pequeñas imágenes, muy cuidadas, de entornos relacionados con grandes empresas bancarias, automovilísticas, de comunicación, etc. El espectador descuidado las creerá publicitarias. Pero tales empresas están ahí por otra razón: son las que, según un estudio de la Universidad Autónoma de Barcelona (encargado por Médicos sin Fronteras) están involucradas en la producción de armamento en España.

De este modo, la muestra cumple con su título: la fotografía recoge y ofrece rastros. Dada su condición, ser huella de la luz que reflejan los cuerpos, su labor primaria no es dejarse impresionar por bellos cuerpos o sublimes paisajes, sino seguir los pasos de aquello que se oculta, recoger síntomas de nuestro modo de vida, hacer presente la memoria, aun como ausencia. Xavier Ribas, comisario de la exposición, él mismo fotógrafo, ensayista y profesor de fotografía en la Universidad de Brighton, acierta con su propuesta, que se completa con la obra más sutil, la de Lewis Ronald (Hertfordshire, UK, 1982) cuyas diapositivas dan cuenta de lo inasible: partículas de polvo que flotan en el ambiente o huellas del corte de hojas de papel. Un modo adecuado de mostrar hasta dónde llega el ojo de la cámara, prótesis que suplementa nuestros órganos de visión (y puede también iluminar la inteligencia).

Fundación Cajasol (en coproducción con Collectania y Universidad de Salamanca). Espacio Escala, Cardenal Cisneros, 5. Sevilla. Hasta el 22 de febrero.

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