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Arte, ideología y consumo

Arte contemporáneo | Critica

Elba publica Arte cotemporáneo. Una brevísima introducción, obra del comisario e historiador británico de arte Julian Stallabrass, donde se expone el tejido ideológico, geográfico y mercantil sobre el que se despliega el arte globalizado de las últimas décadas

Vivir para siempre (por un momento). Damien Hirst
Manuel Gregorio González

02 de noviembre 2025 - 06:00

La ficha

Arte contemporáneo. Una brevísima introducción. Trad. Jordi Ainaud i Escudero. Elba. Barcelona, 2025. 248 €. 23 €

En esta obra, Julian Stallabrass emprende la tarea de resumir el arte contemporáneo, tanto en sus magnitudes más visibles como en sus motores últimos. Publicada en inglés en 2020, el ensayo consigna ya los primeros efectos de la pandemia vírica del covid-19, así como el temor a una inminente recesión; posibilidad que embarnece sus páginas de un grave tono pesimista, dado el carácter principal que Stallabrass atribuye a la economía de mercado y al tejido social en la conformación del arte. ¿A qué llama Stallabras arte contemporáneo? Al arte aparecido en el arco temporal que va del año 89 a nuestros días, y en el que se incluye tanto el final de la Guerra Fría como la expansión del capitalismo, ocurrido tras implosión del dirigismo soviético y el giro mercantilista del comunismo chino. A ello debe añadirse -en términos creativos, museísticos y de coleccionismo- la participación de países de Asia y África antes irrelevantes para el orbe artístico; así como la reciente inclusión de aspectos apenas considerados en el arte, como son la exclusión racial, la marginación sexual y el colonialismo.

La propia configuración del arte actual habilita su análisis en términos económicos

Cabe pensar -y con razón- que dicho concepto del arte contemporáneo guarda relación con el marxismo implícito o explícito en los juicios de Sallabrass. Sin embargo, es la propia configuración del arte actual, fuertemente vinculado al consumo -vale decir, a los métodos de producción, promoción y venta que configuran el mundo actual- el que facilita el debate y el análisis en tales términos. Por otra parte, conviene señalar que este tipo de arte, asociado a la publicidad y el consumo, ya se había consagrado en el pop art bajo el rubro de una democratización del gusto. Es, pues, en la “sociedad opulenta” de Galbraith donde el arte y el consumo se enhebran perdurablemente. Como antes había ocurrido en la Bauhaus, donde el arte y la industria y el diseño (la producción industrial, en suma), “purificaron” las artes suntuarias del XIX. A estas novedades, preexistentes a 1989, se añadirán discursos excéntricos al canon occidental, así como un cuantioso coleccionismo que radica en geografías distintas a las acostumbradas. Es en tal contextura donde Sallabrass sitúa la cristalización del arte contemporáneo, en apariencia heteróclito, pero que se sustancia en dos polos principales: su conversión en valor monetario, en tanto objeto de inversión, especulación y fraude; y su utilidad como vía de contestación social.

Stallabrass, historiador del arte y comisario artístico, parece conocer bien la estructura de galerías, bienales, museos públicos y privados y casas de subastas por el que circula el arte actual, y en el que adquiere su altísimo valor de cambio; valor al que han contribuido, notablemente, el coleccionismo de las empresas y los hiperbólicos magnates surgidos en las últimas décadas. También detalla aquella hilazón, ya mencionada, entre arte y publicidad, que llevará a una lucrativa colaboración entre artistas y marcas comerciales, y que servirá a la empresa para prestigiarse, al tiempo que el arte se mercantiliza. No es un hecho episódico, por tanto, que las grandes corporaciones quieran revestirse del aura juvenil y avangarde atribuida convencionalmente al artista, y que el artista adquiera, en consecuencia, el prestigio inmaterial de las grandes marcas. En sentido inverso, es esta misma tesitura la que confiere al arte contemporáneo el contenido vindicativo y social que hoy exhibe, en gran medida, y que se aplica, como sabemos, a los más diversos conflictos. Tal uso aleccionador o crítico del arte, muy extendido, atañe incluso al arte más lucrativo y comercial, en el que se patentizan, de modo irónico, las fallas y paradojas del mercado. En todo caso, este núcleo doctrinal en el arte, ese repliegue del arte en la recriminación, el idealismo, el compromiso o la angustia, tiene su origen más temprano en la segunda mitad del XVIII, cuando David, siguiendo a Winckelmann, creyó entender el arte clásico -el verdadero arte, a su juicio- como una exudación natural, como una vía de acceso a la democracia ateniense o la república romana.

Por todo lo dicho, el aspecto más interesante y valioso de esta obra de Stallabrass -sin ignorar su visión economicista- es el modo en que el autor explica, con brevedad y solvencia, las últimas décadas del arte y la estrecha vinculación del arte actual con el mercado, el Estado y la masa ávida y consumidora. También el vínculo de tales elementos con la creciente red global de museos y fundaciones, de ferias y bienales, que compiten por un producto prestigioso y lábil, creado por ellos en cierto modo, y a través del cual podemos observar, en su dinámico hacerse y deshacerse, un pliegue íntimo y contradictorio de nuestro mundo.

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