MENINA. SOY UNA PUTA OBRA DE VELÁZQUEZ | Crítica de teatro

El arte enseña a quererte

Nuqui  Fernández, fabulosa, en esta denuncia contra la gordofobia

Nuqui Fernández, fabulosa, en esta denuncia contra la gordofobia / J. Martínez

¡Zasca!, en toda la cara. Menina. Soy una puta obra de Velázquez es un acierto de principio a fin. Desde su concepción de teatro remueve conciencias que denuncia una epidemia entre nuestros jóvenes, el acoso, ahora bullying, acrecentado por ese arma de doble filo que son las redes sociales hasta su visión esperanzadora.

La idea original de Juanma Holguera encuentra un perfecto desarrollo en el texto de J. P. Cañamero, Pedro Luis López Bellot y Sergio Adillo que aborda el acoso que sufre nuestra protagonista por ser gorda.

Los gordos, los cuatro ojos, los muy pequeños, los muy grandes, todo aquel que se aleja de lo establecido como canon se convierte en objeto de burla por sus compañeros de colegio e instituto. La necesidad de sentirnos aceptados en la tribu hace que despreciemos al que se distancia de esa estúpida norma que tampoco se sabe muy bien de dónde viene.

La actriz Nuqui Fernández da vida, con una interpretación acertada, honesta y muy sentida, a los avatares de esta chica que por ansiedad o por trastornos de metabolismo ha encontrado un refugio en la comida. El caso es que, desde pequeña, recuerda su primera comunión en unas divertidas alusiones al cuerpo de Cristo, estaba gorda, y esa orondez la convierte en diana para sus compañeros. De la gorda, de la ballena, pasa a ser una menina de Velázquez cuando en una visita al Museo del Prado alguna mente avispada se percata de su parecido con la enana Maribárbola del cuadro del pintor sevillano.

El terror al espejo y los consejos de Lady Di, su amiga imaginaria, no la van a ayudar

La obra empieza enmarcando, documentalmente, el problema del acoso de unos niños sobre otros, y aquí los géneros se igualan sean chicos o chicas. Una voz en off nos recuerda el sufrimiento, en cifras, pero no dejan de ser estadísticas. Es cuando Nuqui Fernández aparece vestida por Rafael Garrigós con un traje negro que sintetiza la falda basquiña del barroco con una perfecta estilización de las exageradas pelucas del barroco en un alambicado tocado, un brazo desnudo y otro con un guante largo negro que nos recuerda a la protagonista de la película Gilda y nos apunta que la obra tiene dos niveles: la denuncia, a veces, trufada de libro de autoayuda y el camino, el de la mujer, que acabará aceptándose a sí misma en un delicado estriptís que mutará de menina (a ojos de sus estúpidos compañeros) a la Venus del espejo del también pintor Velázquez. La obra, llegado a este punto bien podría titularse, Menina. Soy una puta obra de arte.

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