El Ateneo de Sevilla: donde un Premio Nobel fue un Rey Mago

El investigador José Vallecillo repasa en un libro las lecturas, homenajes y premios con los que la institución que vio nacer a la Generación del 27 ha apostado por las letras españolas.

El escritor José Vallecillo, fotografiado este viernes en el Ateneo de Sevilla.
El escritor José Vallecillo, fotografiado este viernes en el Ateneo de Sevilla. / Ismael Rubio

“Conocer la vida literaria del Ateneo de Sevilla desde su nacimiento hasta hoy resulta en la actualidad fundamental para estudiar y comprender la historia de las letras sevillanas, andaluzas y españolas desde 1887 (fecha de fundación del Ateneo) hasta este momento”, sostiene José Vallecillo López, autor de Literatura y Ateneo de Sevilla (1887-2025), un volumen en el que concentra casi un cuarto de siglo de investigaciones y en el que a través de las lecturas, los homenajes, las conmemoraciones y los premios literarios que ha acogido la institución desde sus inicios retrata una constante apuesta por la cultura que va más allá de la mítica fotografía con la que empezó la Generación del 27.

Vallecillo, presidente de la Sección de Literatura del Ateneo de Sevilla, se remonta en sus páginas a marzo de 1887, cuando se programó la primera actividad: una discusión que llevaría por título ¿Las condiciones de la sociedad actual favorecen el desarrollo literario? Un tema que suscitaría un debate tan acalorado que obligaría al Ateneo a prohibir la entrada, a medida que avanzaban las jornadas, a las personas que no fueran socias de la entidad por temor a “verse desbordados por no contar con localidades suficientes”, cuenta Vallecillo.

“Desde sus comienzos, el Ateneo estaba interesado en lograr la asistencia de la gente, y ya quisieran muchas instituciones haber tenido semejante impacto en su ciudad”, explica este doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y especialista en la obra de Manuel Halcón. “Era curioso, por ejemplo, cómo se vivían los Juegos Florales: la prensa iba dando con cuentagotas la información, y se generaba una expectación enorme. Ofrecían pistas de a quién nombrarían reina, qué escritor o político sería el mantenedor de esa edición...”, continúa el investigador.

Las lecturas que ha cobijado el Ateneo a lo largo de toda su andadura, una amplia nómina que va de José de Velilla a Benito Mas y Prat, Rafael Montesinos o Juan Sierra, José María Pemán y Rafael Alberti a los actuales María Sanz y Lutgardo García, reforzaron la autoridad de una propuesta que había nacido para celebrar la palabra. “Lo interesante es que las lecturas eran de poemas inéditos, que igual luego ni se editaban. Hoy estamos acostumbrados a un formato distinto, a la presentación de libros ya publicados, pero en estos recitales había otra energía”, comenta Vallecillo.

Entre esas intervenciones destaca el entusiasmo que generaba Manuel Cano y Cueto, un invitado asiduo en la primera etapa ateneísta. Una crónica del periodista Alfredo Murga en El porvenir deja constancia del furor que despiertan las leyendas de este escritor madrileño de nacimiento pero sevillano por residencia y vocación. “…El público, que permanecía sugestionado, sin querer aplaudir siquiera, por miedo de que se escapara un verso sin ser oído, no pudiendo contenerse más, prorrumpió en aplauso frenético, tan loco y frenético aplauso, que aquella fue una de las más grandes ovaciones que se han oído en el Ateneo. Hubo socio que, sin esperar más, abrazóse entusiasmado a Cano y Cueto y en aquel momento no le hubiéramos concedido la palma a poeta alguno por grande que fuera su significación”.

Jacinto Benavente salió de Rey Mago en la Cabalgata después de ganar el Nobel

Los recitales y coloquios que se producen en el Ateneo de Sevilla formarían parte de la memoria sentimental de sus fieles, entre los que se encontraba un joven Juan Ramón Jiménez, que “vino a Sevilla con el ánimo de ser pintor, y es aquí donde se asentará su vocación literaria. Se hace socio del Ateneo, asiste a la biblioteca, se adentra en toda la lírica romántica del XIX, acude a las tertulias casi a diario y conoce a grandes figuras que le facilitan colaborar en la prensa. De hecho, cuando JuanRamón llega al Ateneo aún no ha publicado, y cuando se marcha su nombre ha aparecido en periódicos locales, en revistas literarias. En cierto modo, el Ateneo lo impulsó”.

Años más tarde, sin embargo, el moguerense descartaría volver y rechazaría las invitaciones a un homenaje que se le dedicó en 1912, y a la Fiesta de la Belleza Andaluza convocada en 1923. En una carta al periodista Cardenio, de La Provincia de Huelva, el autor muestra su incomodidad por el primer reconocimiento, que promueven inicialmente desde su tierra natal: “¿Festejar a un poeta… que lo sea? Tanto valdría hacer fiesta a un arroyo porque lleva agua, a una mariposa porque vuela grácilmente y es de oro”.

Otro Premio Nobel español, Jacinto Benavente, sí aceptaría la propuesta del Ateneo: en 1924, dos años después de la distinción de la Academia sueca, el autor de Los intereses creados encarna a uno de los Magos en la cabalgata de Reyes, y el 7 de enero se ofrece una cena en su honor en el restaurante –el nombre no puede ser más apropiado– Pasaje de Oriente. Semanas después, el Ayuntamiento hispalense nombra al dramaturgo Hijo Adoptivo, y el texto redactado por Luis Montoto para la ocasión refleja el acusado orgullo con que la ciudad presume del esplendor al que contribuyeron sus creadores: “En Sevilla, señor excelentísimo, perdura el sentido artístico, la visión de la Belleza, que en los siglos pasados produjo obras conocedoras del tiempo y de la muerte, y en la actualidad la levanta a la alteza de las ciudades más florecientes y cultas. Las Ciencias, las Letras y las Artes lograron aquí tanto esplendor que le ganaron el renombre de Atenas Española. Esta ciudad es madre de príncipes de la Lírica; de soberanos maestros de la pintura; de no superados escultores; de Juan de la Cueva y de Lope de Rueda (...)”.

Entre otros episodios que divulga este libro, ampliación y revisión de un estudio preliminar, La literatura y el Ateneo de Sevilla (1887-2003), se recoge el banquete con el que en 1907 el Ateneo celebraba el éxito conquistado por los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero con El genio alegre. Los dramaturgos mostraron entonces con una ingeniosa coplilla el cansancio que les provocaba haberse erigido en los reyes de la cartelera teatral: “Aunque os parezca una guasa, / juramos que no lo es: / hace lo menos un mes / que no comemos en casa. / Y nos da cierto rubor, / por mucho que nos halague, / que todo un mes se nos pague/ el gasto del comedor”.

Un joven Juan Ramón llegó con el ánimo de ser pintor, pero aquí encauzaría su vocación

Alberti protagonizó otro momento memorable el 15 de septiembre de 1989, cuando el poeta volvió a un Ateneo de Sevilla que no pisaba desde 1932. Con su voz emocionada por el reencuentro compartió clásicos de su obra, como Se equivocó la paloma o El crimen fue en Granada. “Un trabajador veterano de la casa me contó que el salón estaba en la primera planta, y que había una escalera muy empinada. Al subir, le preguntaron a Alberti qué sentía en su regreso, y dijo, asfixiado: Que si sé que esta escalera estaba aquí no vengo”, recuerda Vallecillo con una sonrisa.

El Ateneo que se retrata en estas páginas no parece ensimismado en las glorias pasadas y dialoga con su tiempo. “Los Juegos Florales se habían quedado anacrónicos, y dentro del Ateneo están sus mayores críticos, como José María Izquierdo, que sabía que había que modernizarse. Don Cecilio de Triana [un periodista satírico al que ha dedicado un monográfico Vallecillo] se burlaba de los discursos kilométricos y rebautizaba al Ateneo, cuyo nombre original era Ateneo de Sevilla y Sociedad de Excursiones, Sociedad de Cursilones. Izquierdo consigue que dejen de celebrarse los Juegos Florales en 1917, aunque luego volverían con una recreación, y un año más tarde, en 1918, saliese la Cabalgata de los Reyes Magos, más popular y actual”.

En ese deseo de renovación la entidad supo apreciar el vínculo andaluz de los ultraístas, un movimiento que defendían Cansinos Assens, Isaac del Vando Villar, Adriano del Valle y la revista Grecia, y que como escribió Joaquín Caro Romero ochenta años después de la Fiesta del Ultra “representaba un escándalo, porque venía a romper moldes y a enarbolar nuevas ideas, sembrando insurrecciones contra el sentimentalismo fin de siglo”. “Pero, en una de sus transgresiones”, señala Vallecillo, “tras una de esas veladas los ultraístas van a apedrear la casa de Luis Montoto, y ya no se celebrará otra fiesta ultra en el Ateneo. Pero su paso por la institución abrió las puertas y las ventanas para que luego se celebraran actos como el de la Generación del 27”.

“Los ultraístas abren la puerta a que después se celebren actos como el del 27”, dice Vallecillo

El libro, editado por el Colegio de Arquitectura Técnica de Sevilla, la Fundación Aparejadores y el Ateneo, reivindica la apuesta que hizo esta última institución con el homenaje a Góngora que pasaría a la posteridad como un capítulo determinante de las letras españolas. Entre otros datos se detalla la inversión de aquella propuesta, como los gastos de viaje (1.300 pesetas) o los de hotel (745 pesetas) y banquete (222 pesetas), apuntados en su momento por Rogelio Reyes y a los que Vallecillo suma ahora 35 pesetas de “trabajos en el Salón de la Sociedad Económica”.

En el Ateneo preparan la conmemoración del centenario de esta Generación, “y entre otras líneas nos gustaría defender en unas jornadas el importante papel de Mediodía. Antes de que vinieran los poetas a Sevilla, ya habían sido publicados por la revista, había un lazo que los unía a la ciudad”.

Hoy, el Ateneo continúa citándose con la cultura a través de charlas poéticas o de sus premios, el consolidado galardón de novela y uno nuevo de poesía con el que se honra a la Generación del 27. “Ha sido una sorpresa la cantidad de manuscritos que se han presentado”, concluye Vallecillo, “y curiosamente muchos de Argentina y de México, como si trazaran la ruta del exilio”.

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