Vibrante barroco al desnudo
Ayres Extemporae | Crítica
La ficha
AYRES EXTEMPORAE
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XXVI Noches en los Jardines del Real Alcázar. Ayres Extemporae: Xenia Gogu, violín; Teresa Madeira, violonchelo; Víctor García, violonchelo piccolo.
Programa:Reconciliación
Matthew Locke (1621-1677): Pavana de la Suite nº5 en mi menor [The Little Consort, 1656]
Heinrich Ignaz Franz von Biber (1644-1704): Sonata para violín y bajo continuo nº5 en mi menor C.142 [1681]
Johann Sebastian Bach (1685-1750): Andante de la Sonata para viola da gamba y clave nº2 en re mayor BWV 1028 [c.1740]
Heinrich Ignaz Franz von Biber: Sonata para violín y bajo continuo nº6 en do menor C.143 [1681]
Johann Sebastian Bach: “Ich traue seiner Gnaden”, aria de tenor de la Cantata In allen meinen Taten BWV 97 [1734] / Sonata para viola da gamba y clave nº1 en sol mayor BWV 1027 [c.1740]
Lugar: Jardines del Alcázar. Fecha: Miércoles, 6 de agosto. Aforo: Casi lleno.
Ayres Extemporae fue una de las sorpresas más gratas del último Femàs, donde ofreció uno de los mejores conciertos de la muestra. Su paso por las Noches del Alcázar ha venido a confirmar esa impresión: estamos ante un trío con ideas claras, personalidad propia y una madurez sorprendente para su juventud. Integrado por la violinista hispano-moldava Xenia Gogu, la violonchelista portuguesa Teresa Madeira y el sevillano Víctor García –becario en su día de la Asociación de Amigos de la Orquesta Barroca de Sevilla, conjunto con el que tendrá notable protagonismo la próxima temporada–, el grupo presenta una formación original y muy audaz para tratarse de un trío barroco: violín, violonchelo y violonchelo piccolo. Prescindir del instrumento de acordes –clave, órgano, laúd, tiorba, arpa...– no es un gesto menor, y menos aún en repertorios tan exigentes. Esa ausencia obliga al conjunto a trabajar con mayor precisión la interacción entre las tres líneas, cada una responsable no solo de su propio discurso sino también del andamiaje armónico. Pero implica también un problema añadido, pues la uniformidad tímbrica de tres instrumentos de cuerda puede resultar monótona, sobre todo para un público acostumbrado a grupos que buscan justamente lo contrario, la variedad y el contraste de colores. Ayres Extemporae supera esta dificultad con soluciones ingeniosas: el violonchelo piccolo de cinco cuerdas añade una sonoridad intermedia y brillante que rompe la homogeneidad, mientras el trío se esfuerza en lograr un amplio rango dinámico y trabaja cuidadosamente los detalles de articulación y fraseo para mantener una tensión expresiva sostenida durante toda su actuación. Con estos argumentos hicieron que, por primera vez en este verano, me olvidase de la amplificación connatural al ciclo del Alcázar.
Y eso que no fue el mejor de los comienzos posibles. Algunas líneas inestables en el violín y problemas puntuales de articulación en el piccolo hicieron que la melancólica Pavana de Locke funcionara más como un discreto ejercicio de entrada en calor que como verdadera pieza de apertura. Pero con la Sonata en mi menor de Biber (de la famosa colección de ocho publicada en Núremberg en 1681) el trío empezó a desplegar sus verdaderas virtudes: control de la agógica, refinamiento en el fraseo, empaste natural y una intensidad expresiva que se mantendría, con matices, hasta el final del programa. Un programa articulado en tres bloques construidos con el mismo esquema: una primera pieza lenta, de carácter expresivo, seguida de una sonata. Pese a la ruptura del clima emotivo que provocan los aplausos a destiempo, el engarce armónico y de atmósfera sonora dentro de cada bloque estaba muy bien estudiado y funcionó a la perfección.
El bellísimo lirismo del violín de Gogu se reveló plenamente ya en esa Sonata en mi menor de Biber, y se afianzó aún más en la escrita en do menor (de la misma colección), que abre una impresionante passacaglia. La escritura libre, propia del stylus phantasticus, siempre un punto caprichosa de Biber, fue abordada con una imaginación y un sentido del color soberbios, pero sin caer nunca en manierismos, mirándola más desde la desnudez y la hondura que desde el exhibicionismo. Hubo espacio para los contrastes, las suspensiones audaces y los pasajes retóricos, pero siempre dentro de una arquitectura sonora clara, bien equilibrada, construida sobre un bajo de enorme solidez.
Las obras para viola da gamba y clave de Bach son sonatas en trío, que el conjunto arregló con buen sentido: el piccolo asumió la voz de la viola, el violín hizo la parte de la mano derecha del clavecinista y el violonchelo, la de la mano izquierda. Muy sugerente resultó el Andante de BWV 1028, una siciliana que acercaron más al estilo sentimental que al galante. BWV 1027 sonó entera, y en ella los juegos de imitaciones entre el piccolo y el violín fueron resueltos siempre con presta elegancia. Antes había sonado el aria de tenor de la cantata BWV 97, sin duda uno de los momentos más brillantes del recital. En origen se trata de una pieza escrita por Bach como un auténtico dúo –casi operístico– entre la voz del tenor (aquí el piccolo) y un violín obligado, todo escrito sobre una sobria línea de bajo, soportada en el cello de Madeira. García superó con absoluta facilidad la escritura llena de disminuciones que Bach destinó a su tenor, pero una vez más la atención se centró en el violín de Gogu, cuyas volutas ornamentales se insertaron a la perfección en una línea de cálido lirismo que estableció un diálogo de profundo sentido expresivo con el piccolo, como honrando el texto original de la cantata: “Confío en su gracia que me protege de todo daño y mal”. Reconfortados salimos todos.
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